diciembre 23, 2009

Huele a Navidad

Como quizás ya se habrán dado cuenta, soy una persona que evoca recuerdos por olores y sonidos. La música y aromas, por ejemplo, me recuerdan episodios de mi vida. Es clásico escucharme decir “esa canción me recuerda la fiesta cuando conocimos a fulanit@” o “ese olor es de cuando íbamos en tercero de secundaria”. Y la música y aromas no sólo me sirven para recordar hechos y épocas. También me hacen sentir tal y como lo hacía en el momento en que los conocí por primera vez.

Y si hay algo que recuerdo con olores y música particulares, es la Navidad.

Hay olores tan propios, tan característicos que no importa la época del año en la que aparezcan. Para mí, simplemente “huela a Navidad”. Como la canela, las galletas de jengibre, el pino fresco, el pavo horneado, el bacalao.

La Navidad para mí, se escucha como alegría. Suena a campanadas, a risas y conversaciones cruzadas. Al clásico “jo, jo, jo” acompañado de cascabeles. Suena a plegarias y buenos deseos. Todo esto resumido en el disco de “Eterna Navidad”, que desde que fue lanzado al mercado, en mi casa se repite una y otra vez año tras año. Primero en su versión de acetato y últimamente (gracias a Dios) en su versión CD.

Para mí, Navidad suena a Pandora cantando “Los peces en el río”, a Mijares entonando “Adeste Fideles” o a Oscar Athié interpretando “La marimorena”. También suena a niños de preescolar tarareando “Los pastores a Belén corren presurosos” o más meláncolicamente “El niño del Tambor”.

El sólo escuchar alguno de estos sonidos, me pone de buenas. Y hace que mi piel se enchine porque siento que la Navidad está cerca. Y no es porque suela festejar el motivo original de la Navidad (Natividad). Más bien creo que la Navidad es un buen pretexto para pensar, perdonar, conciliar, para abrazar y besar, olvidar y dejar ir. Comenzar de nuevo. Es una época perfecta para decir lo que sentimos, para querer más a quienes forman parte de nuestra vida. Es un buen momento para hacer una limpieza mental y tirar todo lo que no nos sirve. Para cerrar un ciclo y empezar limpios el que sigue.

Navidad está cerca. Se huele, se escucha. ¿Ustedes también pueden sentirlo?


diciembre 21, 2009

De mole y otras exquisiteces

¿Alguna vez les he contado que tengo una obsesión por el mole? Sí, soy mexicana de hueso colorado. Una de tantas que aman los frijoles, el arroz, los nopales, las tortillas… y por supuesto, el mole en todas sus presentaciones: con pollo, en enchiladas, en hojaldras y muy recientemente: ¡en romeritos!

Y precisamente, hablando de romeritos, cuando era niña me preguntaba por qué las personas querrían comer esas cositas verdes con mole que mi abuela se tardaba tanto en preparar. Recuerdo que primero los limpiaba varita por varita, después los cocía, exprimía y finalmente les agregaba el mole y el camarón seco. Mi abuela tardaba horas en preparar los 8 ó 10 kilos de romeritos que se cenarían en la cena Navideña y el festejo del Año Nuevo. Eso sí, considerando siempre que quedara un poquito para el famosísimo “recalentado” del 25 de diciembre y 01 de enero.

El punto es que los romeritos nunca se me habían antojado ni siquiera un poco. Durante mis 26 veranos y 26 inviernos, no había querido probarlos. Hasta la semana pasada que, en el comedor había dos opciones de plato fuerte: cerdo glaseado o romeritos con tortitas de camarón. Como definitivamente el cerdo prefiero omitirlo de mi dieta (no lo digiero fácilmente) y tomando en cuenta mi obsesión por el mole (surgida hace unos 5 años, cuando me hice consciente de la explosión sensorial que comerlo implica para mí), decidí seleccionar los romeritos. Y los amé. Con la misma locura y desenfreno con la que amo el mole en todas sus presentaciones.

Y es que el mole es artesanal en cualquiera de sus variedades. Hacer mole a la antigüita va desde tostar diferentes variedades de chiles y semillas como cacahuate o almendra, molerlos, mezclarlos con especias como clavo y pimienta, jitomates asados y chocolate hasta obtener la consistencia espesa que es clásica de este platillo.

El mole sabe a México porque al comerlo no sólo se degusta la mezcla de los ingredientes en el paladar. En cada cucharada de mole se saborea el legado cultural de nuestros antepasados, siglos de tradición y costumbres, cultura gastronómica e historia. En cada bocado de mole nos comemos un pedacito de nuestro país, ¡y qué rico sabe México!

diciembre 17, 2009

Placer Culposo

Debo aceptarlo: tengo un placer culposo. Es una de esas cosas que no le cuento a las personas porque no es socialmente aceptado. Lo hago a escondidas y lo disfruto. Y una vez que empiezo, no puedo parar hasta quedar totalmente satisfecha.

Sí. Amo rascarme los piquetes de insectos. Por alguna razón aún desconocida, tengo reacciones alérgicas a las picaduras de casi cualquier insecto: moscos, moscas, avispillas, hormigas (aún no tengo experiencias cercanas con las abejas). Cuando algún bicho me pica, los efectos son predecibles: ronchas enormes e hinchadas, zona endurecida y con fiebre… y mucha, pero mucha comezón.

Las picaduras abren espacio a la actividad que es protagonista de mi delicioso placer culposo: rascarme hasta decir basta. Con los dedos, con las uñas o con lo que pueda, hasta salivar y emitir el clásico sonido de satisfacción (parecido al que las personas hacen cuando calman su sed): “Ahhhhh!!!”.

Aunque me declaro fan de rascarme los piquetes, no lo hago ni cuento en público porque suelo recibir comentarios desde el bien-intencionado “ponte esta pomada, es buenísima y te quita la comezón” hasta la clásica reprimenda “no te rasques que te vas a sangrar”.

He probado antihistamínicos, polvo de habas y pomadas de todos los colores y sabores, pero nada parece funcionar muy bien. La única cura efectiva es el tiempo. Y por supuesto, unas buenas rascaditas clandestinas que siempre me hacen sentir mejor.


diciembre 14, 2009

Breviario de un finde mágico

El fin de semana no sucedió como yo lo esperaba. Sin embargo, hoy empiezo la semana feliz y cierta de que el mejor regalo que alguien puede tener, es una familia como la mía.

Efectivamente, nos levantamos temprano el sábado: subimos las maletas a la camioneta e hicimos una parada técnica en el supermercado para comprar el desayuno “to-go” (ahorramos tiempo desayunando en la camioneta).

Nos quedamos de ver en la casa de mi primo El Negro (no me miren así, ese nombre se lo pusieron sus hermanos, y además ni siquiera llega a ser moreno) en Cuernavaca para dejar los víveres en el refrigerador y salir todos juntos con rumbo a las grutas de Cacahuamilpa. A continuación, los puntos que resumen la experiencia del fin de semana:

A) Las enfermedades. Una de mis tías se enfermó. La sopa de hongos que se desayunó en Tres Marías sumada a su indigestión previa, hicieron circo en su estómago. Mi sobrino Chinos tuvo fiebre durante todo el sábado y mis primos Piolín y Escritora Sexy estuvieron enfermos de la garganta

B) Los pleitos. Nos perdimos para llegar a las grutas, dimos algunas vueltas y la primera enojada fui yo. No me gusta perderme y tampoco me gusta llegar tarde. Los conductores designados discutieron sobre qué ruta debíamos tomar para llegar a las grutas

C) Los desaires. Mi primo Mikefight, su esposa e hijo, decidieron no llegar por razones aún no conocidas. Y la esposa e hijos de mi primo El Negro, tampoco fueron, así es que él se regresó a su casa en México con su familia

D) Lo aburrido. Las primeras dos cámaras de las grutas son interesantes, y a partir de la tercera todo empieza a ser repetitivo. El resto del recorrido lo hice por el reto de caminar 4 kilómetros. A eso hay que sumarle que el guía de turistas se dedica a explicar lo que su mente retorcida ve en cada una de las piedras como “La barbie”, “El gorila” o “El velo de Novia” (¡a mí nadie me dijo que había que fumar hierba antes de entrar!), siempre narrándolo con el tonito clásico que usan los vendedores en los tianguis (no podría describirlo… intentaré subir un audio próximamente)

E) La indecisión. Que sí vamos a Taxco, que mejor no. Que vayan los que quieran y nos vemos en la noche. Mejor sí vamos todos

F) La visita express. Comimos todos juntos en Taxco y terminamos a eso de las 6 de la tarde. Ahora sí, córrele compadre. Que cada quien visite lo que quiera y pueda antes de que las tiendas cierren. Primero todos echamos un ojazo rápido a la Iglesia de Santa Prisca, que estaba en reparación y después de volada a hacer compras de pánico

G) Lo curioso. Las compras de pánico no fueron objetos de plata, sino collares y aretes de todos los colores y sabores que compramos en un mercado ambulante

H) El repunte. Regresamos a Cuernavaca por la noche, como a eso de las 9. Nos disfrazamos, ya sin muchas ganas y nos sentamos a comer botana. Vernos unos a otros disfrazados nos empezó a llenar de energía, pero lo que terminó de cargar las baterías de todos fue el Karaoke. Qué importa si cantamos bien o mal, el chiste es hacerlo todos juntos, en equipo. ¿Alguna duda de que la música es energética y une almas?

I) El cierre. La pila nos duró hasta las 3 de la mañana. Cantamos canciones de todo y de nada. De las que todos se saben y de las que pocos conocen. Contamos chistes, nos reímos. Nuestras almas se divirtieron y nuestros corazones confirmaron porqué somos una gran familia

J) El día después de mañana. El domingo nos levantamos tan tarde como pudimos (unos más, otros menos). Desayunamos alimentos variados y mientras algunos nadaban en el agua helada de la alberca, otros simplemente tomaban el fresco y compartían historias y anécdotas

K) El regreso. Como a eso de las 2 de la tarde, volvimos a nuestras casas. ¿Cansados? Sí. ¿Felices? También. No todo mundo tiene la suerte de pertenecer

En resumen, mi saldo del fin de semana es:
• corazón contento,
• cuerpo cansado,
• 9 picaduras de insectos varios;
• y el alma totalmente segura de que mi familia es el lugar al que pertenezco

diciembre 11, 2009

Vamos todos en el auto a pasear…

Me voy a disfrazar de Catarina. Tardé dos semanas en preparar mi atuendo. Lo primero fue comprar 2 metros de pellón, dos cajas de crayolas, guata (relleno para almohadas), resorte, hilo y aguja. Después, trazar dos círculos enormes, recortar, coser, colorear, rellenar. Suena fácil, pero es complicado para alguien que hace 10 años que no dibuja con crayolas. Y coser a mano un perímetro de aproximadamente 1.5 metros tampoco fue lo más sencillo. Pero quedó como una gran almohada que hará las veces de coraza.


Los detalles del disfraz incluyen labios rojos y unas enormes pestañas postizas (que originalmente quería usar de manera cotidiana, pero que al probar consideré que me hacían ver como mujer de la vida galante). Vestida completamente de negro con mi caparazón rojo-moteado de pellón, crayola y guata.

La fiesta de disfraces será en Cuernavaca y la nombramos “nuestro Halloween Navideño”. Aprovechando que todos mis tíos, primos y sobrinos estaríamos en México para estas fechas, hace dos meses decidimos organizar un fin de semana familiar de recreación, diversión y convivencia.

Todo empezará con la desmañanada del sábado. Tempranito a bañarse, subir las maletas al coche y viajar al punto de encuentro: la casa del primo al sur de la ciudad. De ahí, saldremos todos juntos en caravana hacia las grutas de Cacahuamilpa (vamos a sacudirnos un poco la ignorancia y a disfrutar de las maravillas que México ofrece). La siguiente parada es Taxco, para visitar Santa Prisca, subirnos al funicular y gastarnos la quincena en plata y chucherías.

Y en la noche, todos a presumir nuestros disfraces.
Suena prometedor ¿no? Los mantengo al tanto.

noviembre 24, 2009

Pastelillo…¡delicioso!

Estos días, he vivido situaciones que me han hecho descubrir que soy como un postre. Imagina la siguiente escena:

“Vas caminando por la calle y a lo lejos ves el aparador de una pastelería. Entonces, lo descubres: hay un pastel, que de lejos luce muy bien, se te antoja y decides acercarte un poco. Das 10 pasos más y ¡el pastel sigue luciendo muy bien! Se te antoja más y más porque parece un pastel de chocolate ¡mmm! Entonces decides entrar para verlo una vez más… ahora más de cerca. Quieres inhalar ese aroma a chocolate, de ese que se derrite y escurre sobre el pan caliente. De pronto, estás ahí, frente al pastelito de tus sueños y te llega la desilusión. No es un pastel de chocolate. Sólo se trataba de un pan oscuro. Por más que respiras profundo, no logras percibir ese olor característico que tanto esperabas. Sin embargo, por alguna razón, decides comprar el pastelito. Total, ya estabas ahí.

Sales de la pastelería con tu reciente adquisición en la mano, pero no te apresuras a comerlo. Ya no sientes la misma emoción que en los primeros momentos que lo observaste a lo lejos. Después de un rato, sientes un poco de hambre y decides comerte el pastelito que compraste. Lo miras una vez más y no te parece que sea un pastelillo particular o especialmente antojable. Le das la primera mordida y quedas sorprendido. Es el pastelito más delicioso que has probado jamás. Una mezcla de sabores invade tu lengua, tu cerebro e incluso tus emociones. No es de chocolate… ¡pero es mejor que eso! Te apresuras a darle otra mordida, y otra y una más. Este pastelillo que a simple vista no parecía serlo, es la cosa más deliciosa que has probado. Su sabor, su textura y su consistencia te sorprenden a cada instante y deseas que no acabe nunca.”

Moraleja: El talento de las personas a veces no se ve. Pero cuando las personas son probadas, en situaciones reales, pueden dar gratas sorpresas. Hay veces en que me siento como un pastelito. Creo que laboralmente, puedo ser totalmente deliciosa si tan solo se atreven a dar el primer mordisco.

noviembre 17, 2009

Parapente-para-paranoicos

Hace algunos días, platicaba con mi amiga “La Diosa Griega de la Sabiduría” (Para efectos de este blog, Sabiduría de ahora en adelante). Comentábamos sobre asuntos laborales, y de pronto sentí como si temblara. Entonces, apareció la reacción clásica en mí: me quedé quieta, atenta. Volteé de inmediato a ver si algo se movía, y busqué señales de alerta en las personas que me rodeaban. Nada. Todos actuaban de forma normal. Sabiduría me preguntó entonces a qué se debía mi paranoia y decidí contarle sobre uno de mis más grandes miedos: los temblores.

Creo que todo empezó cuando era una niña y vi la película de Terremoto. Desde entonces, tengo un gran miedo a estar en los edificios altos. Porque estoy más que segura que Charlton Heston no estaría ahí para rescatarme, valiéndose de pantimedias y sillas de oficina.

Mi miedo no es algo común y corriente. No me dan miedo los temblores si estoy en casa, en la calle o en cualquier lugar de no más de 5 pisos de altura. El miedo, la paranoia y demás padecimientos psicológicos llegan a partir del piso 6.

El miedo se acentuó cuando hace algunos años, trabajé en el, hasta entonces, edificio más alto de México. Mi lugar de trabajo se encontraba en el piso 18 y cuando me asomé por la ventana y me di cuenta de la altura a la que me encontraba, quise (por mera precaución personal) tomar el tiempo que me tomaría llegar hasta la planta baja por las escaleras de emergencia. El resultado no fue alentador: 17 minutos con las escaleras vacías. Eso sí, con botas de tacones altos.

A partir de entonces, todos los días, llegaba 30 minutos más temprano y me dedicaba a practicar: bajaba las escaleras de emergencia lo más rápido que podía, con el fin de disminuir mi tiempo récord, que ya había llegado a los 12 minutos.

Tiempo después, me cambiaron de lugar. Ahora debía trabajar en el piso 20. Las cosas empeoraron cuando dos cosas sucedieron: Primero tomé un curso de primeros auxilios y los bomberos comentaron que sus escaleras podían llegar máximo hasta el piso 18. A partir de esa altura, era imposible llegar más arriba para rescatar personas en caso de un desastre.

El segundo evento fue cuando por una emergencia tuvimos que evacuar el edificio. Las escaleras de emergencia se llenaron de gente que venía bajando desde el piso 52 y que al llegar al piso 20, por supuesto, ya estaba histérica y apanicada. Entonces, tuve que aplicar todo lo contrario a lo que me enseñaron en los simulacros de la escuela: “corro, grito y empujo”. Finalmente logré salir del edificio en unos 15 minutos. No estuvo mal el tiempo considerando las hordas de gente bajando a la vez, pero esta situación me hizo considerar métodos alternativos para salir del edificio.

Investigando en Internet, me di cuenta que en USA vendían “parapentes de bolsillo”. A raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre, empezaron a vender estos artefactos para todos los paranoicos (como yo) que temían por sus vidas en las alturas de los edificios en los que vivían o laboraban. De esta manera, si una desgracia sucedía, yo podría quebrar un cristal y planear por las alturas de Reforma hasta llegar a un sitio seguro. Estaba a punto de pedir el mío, cuando me cambiaron el lugar de trabajo.

Hoy por hoy, trabajo en un primer piso y me siento segura. Mis paranoias están controladas por el momento, y aunque sigo alerta cuando siento que el piso vibra, aún no cometo la osadía de cargar un parapente junto a mi paraguas y mi cartera.

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PD:
Muchas de las personas que sabían de mi paranoia me decían: "¡El lugar donde trabajas es el edificio más seguro! Lo construyó uno de los mejores arquitectos y cuenta con tan alta tecnología que es imposible que se caiga".

A este comentario me gustaba responder: "El Titanic era el mejor barco del mundo. Las personas decían que era imposible que se hundiera, que ni siquiera Dios podría hundirlo... Y se hundió."

Si. Soy alegremente paranoica. Y también un poco obsesiva-compulsiva :D

noviembre 16, 2009

¡Que vivan los muertos!

Hace algunas semanas se celebró una de mis fiestas favoritas: Halloween-Día de Muertos. Estas dos fiestas tan diferentes, están tan unidas como México a Estados Unidos. Una seguida de la otra e incluso empalmadas, ya que las personas festejan los tres días, 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre, sin distinción.

En lo personal, durante tres días, como pan de muerto, visito el mercado de San Bartolo. Le guiño el ojo frente al altar de muertos a las fotos de las personas que quiero y que ya no están físicamente conmigo.

Esta ocasión fue diferente: no fui al mercado de San Bartolo. Este año, no disfruté del olor a mirra e incienso mezclado con chocolate y azúcar. Tampoco me deleité viendo los puestos coloridos, del papel picado con figuras bien delineadas. No compré la última versión de las grabaciones con sonidos de puertas que rechinan y risas malévolas ni compré calaveritas de azúcar, flores de cempasúchil o calacas de papel maché.

Este año tampoco me disfracé. Pero sí me di cuenta del origen de mi gusto por estas festividades. Amo el día de muertos, con sus clásicos olores y la sátira que lo caracteriza, aunque por otro lado, la muerte en sí, me provoca un sentimiento de soledad y melancolía.

Como buena mexicana, me burlo de la muerte refiriéndome a ella con nombres populares como “la Parca”, “la Flaca”, “la Huesuda”. Me la como a mordidas en sus versiones de azúcar y chocolate. Le canto versos populares que la hacen menos tenebrosa y más humana. Y todas estas tradiciones y costumbres me encantan, porque al poder seguirlas, me lleno de vida. Al reírme de la muerte, alejo los sentimientos que evoca en mí.

Por eso, cada año festejo el día de muertos. Y me siento más viva que nunca.

octubre 27, 2009

Yo. Madre.

Hace algunos días, una de las mujeres sabias de mi familia cuestionaba a su red social ¿Por qué todo el mundo se ha puesto a engendrar y parir?
La pregunta me cayó en un momento adecuado para la reflexión y profundización del tema. Acabo de casarme y los hijos siempre han estado en mis planes y los de mi marido. Lo que nunca había pensado es en el porqué. Quizás porque desde niña jugaba a las muñecas, les daba de comer, imitaba a mamá porque la admiraba y quería ser como ella. Después cuidé de mis hermanos pequeños y soñaba con ser grande y tener hijos propios. Era lo normal ¿no? Es lo que te enseñan en la escuela. Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren.
Lo que descubrí en el transcurso entre crecer y reproducirme fue que en la escuela se les olvidó mencionar la parte más importante de la vida de los seres humanos: la realización personal. O quizás es parte del crecimiento (sólo les faltó explicarlo mejor). El crecimiento moral e intelectual, más que el crecimiento físico. Eso es lo que marca la diferencia entre los humanos y los demás seres vivos. Porque no sólo crecemos como plantas y después regamos semillitas por aquí y por allá. Necesitamos desarrollarnos intelectualmente, asumir nuestra personalidad y nuestras responsabilidades. Y después, si así lo decidimos, reproducirnos. U omitir este último paso y simplemente seguir creciendo hasta que llegue el día de morir.
Ser madre, reproducirse, para mí es lo mismo que elegir una profesión. Algunas mujeres eligen ser contadoras, actrices, diseñadoras. Y además, algunas eligen ser madres. A fin de cuentas es un trabajo de tiempo completo y es una profesión miscelánea. Las madres son maestras, chefs, doctoras, costureras, psicólogas, economistas. Lo malo es que no hay licenciatura, ni maestría ni doctorado. Todo se obtiene con la práctica, con la prueba y error. Lo bueno es que no hay examen final. Sólo una hermosa graduación el día en que los hijos logran ser felices a su manera.
Hoy tengo una respuesta para mí. Me gustaría tener hijos porque quiero crear ese lazo irrompible con otro ser humano. Ese lazo que nace del vientre materno y que permanece invisible por toda la vida. Que te hace compartir los logros, los fracasos, las alegrías y las tristezas por igual. Que te hace estar siempre dispuesto de manera incondicional. Que te impulsa a ser mejor persona y a transmitirlo a las personas que te rodean. Quiero ser curada de cualquier mal por el encanto de una sonrisa y el poder de un abrazo. Quiero ser capaz de sacar fuerzas de donde parecía no haberlas, de soportar lo inimaginable y lograr lo que parecía imposible por la magia que provocan cuatro letras pronunciadas al hilo: m-a-m-á.

octubre 22, 2009

Explosión de colores

Mi familia es una madeja de pensamientos, voces, olores y sabores. Y no hablo sólo de mi marido, mis papás y hermanos, sino de mi enorme familia extendida: mis tíos, primos, sobrinos y sí, desde algún lugar, mis abuelos.

Desde que tengo uso de razón, todos ellos están en mis memorias. Algunas buenas… otras no tanto. Al fin y al cabo somos una mezcla de al menos 35 mundos diferentes, que cuando se rozan sacan chispas. Aunque casi siempre, los mundos colisionan suavemente, causando explosiones de colores.

Eso es mi familia. Una explosión de colores. Un sinfín de risas, apapachos, besos, comentarios atinados y desatinados, bromas, llamadas, mensajes. No importa el medio, la temporalidad ni el lugar. Todos estamos ahí para todos. Y nos lo hacemos saber unos a otros. Algunas veces más, algunas veces menos.

Como las olas del mar, que se acercan y se alejan, así vamos y venimos de las vidas de unos y otros en una danza perfecta, enseñada por nuestros abuelos, que nos mantiene unidos.

Hay ocasiones en que me doy cuenta cuánto nos queremos en mi familia. Y en esos momentos, lo único que atino a pensar es: ¡Muchas gracias abuelos por este gran regalo!

septiembre 23, 2009

En sus marcas…¿Listos? ¡Fuera!

¿Alguna vez han jugado un rally? Esta fue mi primera vez. La invitación me llegó por sorpresa. Mi hermana salió sorteada para participar y debía formar un equipo de 4 personas. Casualmente, cuatro es el número de hermanos que nosotros somos. ¡Listo! No más búsqueda de integrantes. Nombrar al equipo fue resultado de la presión causada por la fecha límite de envío y por la escasez de ideas que se nos ocurrían (y que debían estar relacionadas con el Discovery Channel, organizador del rally). “Los Planetarios”… total, ¿qué importaba el nombre? ¡Estábamos dentro y con ganas de participar!
El día del rally llegamos dudosos, inciertos. Muy lejos de nuestra casa, en un lugar que no conocíamos y con la Guía Roji 2007 en mano, a falta claro de un moderno GPS. Veinte equipos en total. Nos agarró el pánico escénico, sobre todo cuando descubrimos la personalidad extrovertida y la tecnología de punta con los que la mayoría de los participantes contaban. “La actitud también cuenta” dijo el hombrecito que dirigía las actividades. Y al unísono los equipos gritaron, brincaron, ovacionaron. Nosotros, muy seriecitos, sin brincos ni escándalos. ¿Qué tiene? La alegría y la emoción también se llevan por dentro.
Empezó el rally. Nosotros avanzábamos con la incredulidad de ganar un premio y a la vez con el orgullo a flor de piel que nos empujaba a evitar a toda costa quedar en último lugar. No sólo se requería fuerza física para cumplir con cada uno de los desafíos en diferentes puntos de la ciudad, sino también una robusta torre de control tras bambalinas que nos ayudara a responder las preguntas difíciles y a proporcionarnos las mejores rutas para viajar de un punto a otro.
Después de cumplir cada reto y en el trayecto a la siguiente parada, nos consolábamos en el coche “no vamos tan mal, no vamos tan mal” nos repetíamos unos a otros. Después de pasar por diferentes puntos de la ciudad, desde el Parque México, el lago de Chapultepec, la Plaza de Toros, el Estadio Azteca, el Museo Sumaya y varios más, llegamos al final del rally. Cansados, sí. Felices, también.
Llegó la hora de la premiación. El tercer lugar es para “Los Compas” y el segundo lugar para “Hecho en México”- anunció el hombrecito que dirigía la ceremonia. Para este momento, la desilusión nos invadía, porque a lo mucho esperábamos el tercer lugar. “Ni modo, no ganamos nada” – pensé. El hombrecito interrumpió mis pensamientos “Y el primer lugar es para… ¡LOS PLANETARIOS!” ¿Los Planetarios? ¿Ganamos? ¡Ganamos! La incredulidad le abrió paso a la sorpresa, la alegría y la euforia. Eso sí, conservando la compostura, como siempre.
¿Y yo? No sólo gané una módica cantidad en efectivo, también aprendí lo bien que puedo trabajar en equipo con mi familia y lo mucho que disfrutamos pasar tiempo juntos esforzándonos por un objetivo común.

septiembre 22, 2009

Limón con azúcar

Como parte de mi espiral de mala suerte, hace dos sábados casi pierdo la cabeza. No por un hombre, ni por el agobiante trabajo, sino porque me golpeé la cabeza muy fuerte con la esquina de una caja de metal. Sí, una de esas que guardan los interruptores de la luz. El golpe me lo di un poco arriba de la frente, a la altura del ojo derecho. No sangré, pero eso sí, me salió un gran chipote que punzaba intermitentemente.

Cuando llegué a casa, mi mamá me dijo “ponte limón con azúcar”.

Eso me recordó mi infancia. Cuando jugaba debajo de los muebles y los golpes en la cabeza eran mucho más frecuentes. Recuerdo a mi abuelita, exprimiendo limones, mezclando el jugo con azúcar y haciendo una pasta que me ponía en el lugar del golpe. Nunca supe realmente si era por la mezcla o por el cariño de mi abuela sobando el golpe, pero el dolor y el chipote realmente desaparecían.

En esta ocasión, no me puse limón con azúcar. Pero de pronto caí en la cuenta de por qué a pesar del golpe, los chipotes de mi infancia son dulces recuerdos.

septiembre 21, 2009

Éxito

Todo en esta vida tiene dos extremos. Hace algunas semanas, me enfoqué en el fracaso. En porqué los proyectos salen o no. En el duelo que causan y el dolor de dejarlos ir.
Hoy quiero hablar del éxito. Porque a toda mala racha (o al menos en mi vida así ha sido) sigue una época de calma y felicidad.

Desde hacía algunos meses, y por alguna razón que aún no descubro, me encontraba en una espiral de negatividad. Algo salió mal, y después peor y así hasta llegar al punto de querer ahorcar a alguien. Es difícil cambiar los pensamientos negativos, cuando todo lo que haces sale mal. Pero por fortuna, cuando estaba a punto de caer aún más profundo dentro de la espiral, algo bueno pasó que cambió el rumbo de las cosas.

Estoy segura que la espiral de negatividad es como un enorme péndulo oscilante, que al más mínimo contacto desvía por completo su trayectoria. El chiste es encontrar, coincidir o provocar esos pequeños roces que nos ayuden a romper con las tendencias negativas.

septiembre 02, 2009

¿Fracaso?

Hay ocasiones en que los proyectos personales, simplemente no funcionan. Las razones son diversas: el concepto no es el adecuado, el público al que va dirigido es incorrecto, la percepción personal era demasiado optimista comparada con las expectativas reales, o simplemente no era el tiempo apropiado para iniciar tan grande aventura.
Como sea. Explicarlo es fácil. Aceptarlo en cambio, es un proceso largo y doloroso.

Los fracasos son heridas en el alma que llevan un proceso extenso de cicatrización. Algunas heridas son más profundas que otras y por eso duelen por más tiempo. Otras son como cortadas de papel: duelen mucho el primer día, pero al siguiente ya han sanado casi por completo.
Cuando un fracaso se ve venir, el duelo es más corto, menos punzante. Nos da tiempo para meditar acerca de nuestro proyecto. De pensarlo, analizarlo, despedirnos, enterrarlo. De buscar justificaciones para el no-éxito sin tirarnos al drama. De dejar ir con suavidad y seguir adelante.
Al fin y al cabo, la vida es cambio. Ya habrá oportunidad de idear otros proyectos.

agosto 17, 2009

Que pensar no cansa...

A veces siento como si aún viviéramos en la era de la Revolución Industrial. Trabajando jornadas largas, haciendo trabajos extenuantes. Nada más que mi chamba, en vez de ser física, es intelectual. Muchas personas no comprenden cómo es que el trabajo intelectual cansa. “Pero si todo el día te la pasas sentada frente a la computadora. ¿De qué te cansas?” – les gusta preguntar. Mi exterior sonríe, mientras mi cerebro – mi hámster, como le llamo de cariño – ni siquiera chista. Está agotado por las miles de conexiones neuronales que hizo durante el día.

¡Pero si pensar no es tarea fácil! Si todos pudieran hacerlo - y hacerlo bien - yo no estaría aquí. No me pagarían por hacer lo que hago. Y sencillamente, yo no estaría cansada. ¿A poco para cansarse uno necesita cargar cajas, caminar largas distancias o andar de arriba para abajo? ¡Qué percepción tan rara esa de creer firmemente que el trabajo intelectual no es fatigante! Ni modo. Gajes del oficio.

agosto 14, 2009

La pregunta incómoda del Sr. Impresoras

Hace varios días tengo en mente un tema del que quería escribir pero no había encontrado las palabras. Hasta hoy.
En este momento me encuentro en la casa de un paciente. Llevo 2 meses preparándole remedios para una enfermedad clásica del siglo XXI que normalmente tarda de 6 a 18 meses en curar. Así es que todavía estaré en su casa unos 6 meses más. Y para hacerme sentir cómoda, el paciente me asignó una oficina donde puedo preparar mis pociones, tés e infusiones para que se mejore. Y también me asignó una computadora y una impresora, por lo que pudiera ofrecerse.
Para instalarme mi nuevo equipo, el paciente envío al Sr. Impresoras. Él es una de esas personas que trabajan en el área de Sistemas y que te ayudan cuando la tecnología no es amable contigo. El Sr. Impresoras hace un trabajo en particular: te ayuda a mover tu computadora de lugar cuando hay algún cambio de oficina o te conecta y configura el equipo nuevo cuando te lo acaban de asignar. También se encarga de todo lo relacionado con impresiones, desde el tóner hasta proporcionar paquetes de hojas blancas.
En mi primer encuentro con el Sr. Impresoras, cuando vino a instalarme mi equipo nuevo, traté de ser especialmente amable. De entrada, su persona me causó compasión: una persona bajita, de unos 35 años. Por su forma de hablar se nota que no recibió una educación dedicada. Me imaginé que su sueldo no era generoso y sentí algo de pena. Así es que respondí a todas sus preguntas y no esquivé sus interacciones. Me sentí un poco molesta de que empezara a llamarme “Amiga”. Nunca me han gustado las personas extrañas que usan esa palabra para dirigirse a mí y menos cuando lo combinan con el muy formal “oiga”. En fin, recordé la pena que había sentido por él y me aguanté las ganas de ignorarlo. Su última pregunta me incomodó: “¿Es usted soltera?”. A lo cual únicamente asentí con la cabeza. “¡Qué suerte tiene! Así puede hacer lo que quiera. Se puede divertir los fines de semana. Y no tiene que pedirle permiso a nadie”. Este comentario terminó con cualquier pena o compasión que pudiera sentir por él. Simplemente, no fue el comentario adecuado para una mujer feminista por convicción.
Pero lo peor aún no llegaba. Después de nuestra breve interacción, lo empecé a encontrar espiándome en los pasillos. Y aún si lo veía de lejos y apresuraba el paso para esquivarlo, el Sr. Impresoras no dudaba en gritar a todo pulmón “¡Amiga, amiga! ¿Cómo está usted?”. Mi sentido de respeto por cualquier ser viviente, me obligaba a detenerme y responder su saludo, mismo que el Sr. Impresoras siempre completaba con su inadecuado comentario “Oiga, qué suerte tiene de ser soltera. Así puede hacer lo que quiera. Se puede divertir los fines de semana. Y no tiene que pedirle permiso a nadie. ¿O no?”
Después de unas 5 ó 6 interacciones de este estilo, y tomando en cuenta que no puedo ser tan irrespetuosa como para ignorar sus alaridos, decidí esconderme. Por ridícula que parezca, esa ha sido mi estrategia desde hace unas 4 semanas. Y ha funcionado.
Hoy, cuando caminaba por uno de los pasillos, lo vi a lo lejos. Así es que rápidamente, di media vuelta y me refugié en el baño de damas el tiempo suficiente como para que el Sr. Impresoras me dejara el camino libre para volver a mi refugio.
¿Número de interacciones evitadas a la fecha? Aproximadamente 5. ¡Touché!

agosto 13, 2009

Médico Brujo

Mi inspiración es como las olas, va y viene en un ciclo sin fin. Casi siempre alimentada por sucesos de la vida cotidiana, mi inspiración huyó hace algunas semanas. Pero al fin regresó.
Y no siempre regresa en el mejor de los momentos. Es justamente cuando tengo miles de tareas pendientes y preocupaciones importantes cuando a mi errante inspiración se le ocurre volver. Ni modo. Hay que aprovecharla.

Hoy pensé que definir lo que uno hace para ganarse la vida no es tan fácil como pudiera parecer. A veces, las personas me preguntan a qué me dedico. Es una explicación complicada. Después de mucho pensarlo, decidí definirlo como “Médico Brujo… de Empresas”. Las empresas me cuentan qué les duele y yo les digo qué remedio tomar. Sí, esa es la definición más sencilla. Aunque no es un trabajo de médico común. Porque normalmente me quedo en la casa del paciente hasta que se cura, hasta que la medicina hace efecto. ¡Qué doctora más dedicada! – podrían pensar. Pero esta actitud no se debe totalmente a la voluntad propia. Es más bien una situación propiciada y derivada de la relación masoquista que tengo con la empresa para la que trabajo.

Mi patrón – que sería algo así como el líder sindical de los médicos brujos de las empresas - vende el conocimiento y experiencia particular de cada uno de nosotros a los pacientes enfermos. ¡Y nos tenemos que asegurar que se curen! Porque si no se curan, los pacientes no le pagan al líder sindical… y si él no gana, todos los médicos brujos perdemos.

¿Suena fácil? No lo es tanto. A veces nuestro líder sindical nos envía a curar enfermedades que no hemos visto antes, a lidiar con pacientes que no quieren tomarse los remedios que preparamos o a curar enfermos terminales. Mi responsabilidad va desde preparar el remedio hasta convencer al paciente de que se lo tome y asegurarme que se cure. ..

O al menos convencerlo de que se siente mejor.

agosto 12, 2009

La desilusión de los productos milagro

Si alguien ha probado todos y cada uno de los productos que prometen innumerables milagros, como reducir tu cintura de 80 a 70 en 10 minutos, quitar arrugas en 5 días, moldear tu silueta en 1 semana o darte condición física sin esfuerzo en menos de lo que crees… ésa, he sido yo.

¡Pero no crean que mi tendencia compulsiva a comprar soluciones milagrosas surgió de la nada! Como todo en esta vida, tiene una explicación…

Debo confesar que yo soy un ente flojo. Hacer ejercicio, es la penitencia mayor a la que me pueden condenar… o la que yo algunas veces me autosometo. He probado tres deportes en mi vida: Natación, Tae Kwon Do y Kick Boxing. Pero ninguno lo he practicado por más de 2 años. Lo siento, no es algo sostenible para mí. Soy un oso perezoso, me gusta dormir, ver la tele, tomar café, platicar y hacer miles de actividades pasivas, que no me hagan sudar.

Mi más reciente adquisición fue un producto en gel para reducir medidas. Facilísimo. Por la noche te untas el gel caliente en el lugar del cuerpo donde quieres reducir centímetros y a la mañana siguiente, tienes 3 centímetros menos. Por la mañana desechas la grasa cuando vas al baño y después de la ducha usas el gel frío para reafirmar. ¡Listo! Delgadísima en cuestión de días. O al menos, eso decía el envase.

Lo cierto es que llevaba ya tres semanas usando el gel y mi cintura, cadera y piernas seguían igual que antes. Esta situación sumada al hecho de que se acerca un evento importante en mi vida (en el cual evidentemente tengo que verme más flaca que nunca…o que siempre) me obligó a tomar medidas extremas: tuve que volver a hacer ejercicio.

Por suerte, encontré una opción buena, bonita y barata: el método siluetas peligrosas. ¡Y es sólo para mujeres! Eso lo convirtió en una opción interesante, al menos para probarla por un tiempo. Mi hermana, mi mamá, mi tía y mi sobrina ya estaban inscritas. Las escuchaba platicar entre ellas que era un método divertido y que sólo tienes que hacerlo media hora, 3 veces a la semana.

De pronto recordé cuando hace algún tiempo decidí utilizar la corredora que tenemos en mi casa. Corría 30 minutos… que a mí me parecían como 6 horas. No era porque me invadiera un cansancio sobrenatural sino más bien porque el aburrimiento era la única constante. Intenté métodos varios: desde ver la televisión, escuchar música, leer un libro, hasta navegar por internet. Pero nada funcionó. Correr seguía pareciéndome una actividad de lo más tediosa y soporífera. Incluso más que trabajar y ¡eso ya es decir! Después de 2 meses, el saldo era el mismo: cintura 70, cadera 95. La desilusión y el ser perezoso que hay en mí le ganaron la batalla a la Johanna deportista. Y dejé de correr. Este recuerdo le abrió campo al escepticismo que de pronto se apoderó de mí. ¿Media hora? ¡Pero eso es muy poco tiempo! ¡Corrí todos los días, media hora por dos meses y no obtuve ningún resultado! En fin. No me quedaban muchas opciones, así es que decidí ir. Total, ¿qué puede ser peor que la desilusión de los productos milagro?

Hoy llevo dos maravillosas semanas haciendo ejercicio. ¡Las chicas de mi familia tenían razón! El método siluetas peligrosas es muy divertido, y media hora equivale a 3 horas corriendo, porque siempre termino cansadísima, hasta me tiemblan las piernas. ¡Y lo mejor es que he empezado a ver resultados! ¿Hasta dónde podré llegar? ¿Podré cumplir mi sueño de verme como una Femme Fatal? Ya veremos. Espero poder sostener esta nueva costumbre en el largo plazo. Seguiré informando.

julio 24, 2009

¿Quién soy yo?

¿Johanna C. Kretts? Si tres palabras pudieran describirme, serían definitivamente RESPONSABILIDAD, JUSTICIA y LIBERTAD. Y la historia de todas estas características está muy relacionada con mi infancia y pubertad.



La Señorita Responsabilidades

Nací en los años ochenta, en medio de guerras, Reagan, SIDA, el muro de Berlín, videojuegos, Juan Pablo II, Rock en español, Michael Jackson, Rocky, Timbiriche, Indiana Jones, Maradona, Los Cazafantasmas, Flans, Volver al Futuro, Aerosmith, ET, Bon Jovi, Cher, Madona, Metallica, Terminator, Soda Stereo, Sábado Gigante, el boom de los Volkswagen.

Crecí jugando con la cocinita de Fisher Price, mi Nenuco, el hornito mágico, máquina de raspados, Barbies, Playmobil, mi Pequeño Pony, Cabbage Patch, Pin y Pon.

La televisión también marcó mi vida. Me hacía soñar con ser parte de la pandilla del Señor T, con tener una cabra que se llamara Copo de Nieve, un perro como Bell, el cuerpo de Cheetarah, la varita mágica de Sandybell, viajar al futuro y volar por los aires en una nave como los Supersónicos o de plano volver a épocas antiguas y vivir con los Picapiedra y Dino.

Soy la primera de cuatro hermanos. Y cuando sólo éramos mi hermana y yo, las cosas eran muy diferentes a como son ahora. Mi mamá era el general de la casa y nosotras éramos los soldados. La limpieza, la rutina y los horarios de desayuno, comida y cena eran sumamente estrictos.

Aprendimos a seguir órdenes, a respetar la autoridad y a ser responsables de todo lo que hacíamos y decíamos.

Y después vinieron los hermanos. Más gente en la casa, más quehaceres para mi madre. Todo resultó en la liberación del sistema. No más rutinas, horarios, limpieza extenuante. ¡Arriba la anarquía! Y la delegación. Porque ahora me tocaba hacerme cargo de algunas cosas de mis hermanos. Fue en esa época cuando aprendí a cambiar pañales, preparar mamilas y arrullar bebés.

Dadas las circunstancias, también me hice muy responsable de mi misma. De mis calificaciones, de las tareas, de todo lo que mis padres llamaban “Mi Responsabilidad”. De alguna forma entendí que asistir al colegio era un privilegio que debía aprovechar. Y así fue, como todas estas circunstancias sumadas a que suelo tomarme las cosas serias muy a pecho, iniciaron la creación de esta monstrua que yo soy.



La mariposa justiciera

Todo empezó cuando en la primaria pasé de ser una vara esbelta a una redonda “o”. No me pregunten por qué sucedió. Pero sucedió. Subí de peso. Mucho. Demasiado. Suficiente. Tanto como para ser el blanco favorito de las bromas y burlas de mis compañeros.

Escogí un mal momento para subir de peso. Los niños son crueles y malévolos. No sé si lo hagan a propósito, pero no filtran sus pensamientos para después expresarlos de manera más adecuada, menos hiriente. No sólo fui “la gorda” sino que gracias a mi carácter compulsivo, responsable y justiciero, me convertí en “la gorda ñoña, pesada y sangrona”. Esa que no les pasaba las tareas, ni las respuestas en los exámenes, ni hacía trabajos finales por ellos. ¡Bola de flojos! ¿Porqué habría yo de trabajar por ellos? ¿Para evitar sus insultos? ¿Para lograr integrarme al grupo? ¿Para ser “la gorda buena onda”? Ni madres.

Fue en esa época cuando me di cuenta que los débiles no tenían cabida en este mundo. Los que se dejaban molestar, los que cedían su lunch, los lame botas, los que agachaban la cabeza, eran las víctimas, los eternamente molestados, cabuleados y abusados. Entendí que no siempre la justicia es divina, que muchas veces está en nuestras manos. ¿Agresiva? Sólo lo suficiente como para mantener a los burlones y abusivos lejos de mí. Y aunque lo hice lo suficientemente bien como para mitigar la situación, aún así esos kilos de más me costaron una primaria dolorosa.

Fue a mediados de la secundaria, hubo mano negra, intervención divina… o simplemente un ajuste biológico. Llegó la menarca y como por arte de magia, como si fuera mi hada madrina, me devolvió mi silueta esbelta. Y entonces sí. Dejé de ser la gorda, la pesada, la sangrona. Y como en el cine mexicano, empezaron mis años de oro.

Las niñas no cambiaron gran cosa. ¡Pero los hombres! Cual abejas que rondan la miel. ¿Y yo?… yo seguía siendo la misma loca, responsable, compulsiva y justiciera. La que defendía a los débiles. La que no soportaba el abuso. La que no permitía la injusticia. Como Juana de Arco, defendiendo sus ideales a toda costa. Y estaba enojada. Porque me querían por lo que veían y no por lo que yo era. Yo soy una mariposa. Pero ellos no supieron ver la belleza escondida en la oruga. ¡Lástima! Les cayó el rigor de la Mariposa Justiciera.



Libertad Femenina

No sé a ciencia cierta de dónde me vino tanto amor a la libertad. Sólo estoy segura que está marcada por el feminismo. O al menos por el feminismo entendido a mi manera.

Soy mujer y amo serlo. Las mujeres pueden expresar libremente sus emociones, las mujeres son seres de roble protegidos por los hombres… las mujeres tienen magia, porque pueden crear vida. Llevan en su seno la semilla de la vida. Y eso, es un privilegio inexplicable e inigualable.

Definitivamente no somos iguales a los hombres. Y yo jamás he pretendido serlo. Nunca he luchado por la igualdad sino por la equidad de género. Porque somos equivalentes. Fabricados en forma y fondo para complementarnos. Creo en la igualdad intelectual. Porque si bien, nunca podría comparar mi fortaleza o destreza física a la de un hombre, estoy segura de que intelectualmente estoy a la par de cualquiera de ellos.

Por muchos años las mujeres vivieron reprimidas, sometidas, abusadas. Y cuando inició el movimiento feminista, recuperamos en parte algo que nos ha pertenecido desde siempre y que nos habían robado: nuestra libertad. La capacidad de ser lo que queramos ser, ir a donde queramos ir, pensar lo que queramos pensar. Sin reprimendas, sin castigos, sin miedo.

Vivo en un matriarcado. Para mí, es el estado natural. Regresamos a la tendencia que existía en la época de las cavernas, cuando las mujeres gobernaban el mundo. Y en mi casa, mi madre es la Reina. Mi papá es un ser comprensivo, tolerante y paciente que ama profundamente a mi madre. Y estoy segura que en el fondo, también ama que mi madre lleve el control de mi familia. Creo que cedió ese poder cuando empezó a trabajar largas horas en la oficina. Mi madre era quien se hacía cargo de la casa, de los hijos, de hacer rendir el dinero. No podía esperar “al hombre de la casa”. Se hizo cargo de todo. Y lo hizo bien.

Ese fue el primer ejemplo de libertad femenina que experimenté en la montaña rusa de mi vida. Y todo lo demás, supongo que derivó de las enseñanzas de mi madre. Desde niña, mis padres me enseñaron que había nacido para ser grande. Que no debía depender de nada ni nadie. Que era hermosa, inteligente y talentosa y que podría hacer lo que quisiera en la vida. Me enseñaron que las épocas en que las mujeres dependían de un hombre o se sometían a él, habían pasado hacía tiempo. Yo tenía que ser autosuficiente. Nunca debía hacerme falta recibir nada de nadie. Por mí misma tenía que ser capaz de estudiar, trabajar, comprarme cosas, llegar lejos… o tan lejos como yo quisiera. Porque soy un ser libre. Y la libertad es el valor más importante, por el que siempre debo de luchar. Y como siempre, me lo tomé muy en serio. Me adueñé de la filosofía, la hice mía. Y desde entonces, desde niña, sé y estoy convencida que puedo lograr lo que sea y que soy la única responsable de mí y de mi destino. Que soy libre y puedo ir a donde yo quiera. Que no necesito de nada ni de nadie porque está conmigo la persona más importante, la que más me quiere y la que siempre estará conmigo: YO misma.

julio 20, 2009

La maldición del lunes

Cuenta la leyenda que existían 7 días de la semana. Todos eran buenos amigos y compartían todo lo que tenían. Un día, Dios les dijo a los días que tenían que ordenarse para formar una “semana", que de ahora en adelante sería una medida de tiempo en la vida del hombre. Esta situación despertó en Lunes su carácter egoísta. De pronto, se abalanzó hacia Dios y le dijo “Yo quiero ser el primero. Los otros 6 pueden acomodarse como quieran”. Entonces Dios le dijo “Bien. Tú serás el primero. Pero por tu egoísmo, yo te condeno a que las personas no quieran llegar a ti. Serás un día que invite a la holgazanería y del cual las personas siempre querrán escapar

Y así es. Odio los lunes. Nací un lunes, pero aún así, me parece un día que si pudiera, evitaría. Mi semana empezaría los martes, porque yo los lunes, no circulo. Seguramente es por la maldición. O quizás se debe a que por alguna misteriosa razón los domingos no puedo conciliar el sueño. Y aunque lo logre, de todas maneras no puedo descansar. Así es que me levanto a la misma hora de siempre, 5:30 de la mañana. Sigo la rutina de nunca acabar: tomo una ducha, intento disimular la falta de sueño con un poco de maquillaje, me recojo el cabello y tomo una enorme taza de café.

Manejo en calidad de zombi hasta el trabajo y a las 6:50 a.m. ya pueden verme tecleando en mi laptop, checando correos y pendientes que los adictos al trabajo me enviaron durante el fin de semana. ¡Qué gente! ¿No se cansarán? ¿No tendrán a algún familiar o persona especial con la que quieran pasar su tiempo libre? ¿O quizás no son suficientemente productivos en las horas laborales por lo cual su conciencia les obliga a trabajar durante el fin de semana a modo de penitencia? Lo que sea.

Heme aquí, en lunes… con unas enormes bolsas debajo de los ojos y unas profundas ojeras que me hacen lucir 10 años más vieja. El tiempo pasa tan lento como le es posible. Pareciera que el reloj avanza 5 segundos y regresa 3. Al estilo de "gallo, gallina, pollito".

Me paso el día evitando a toda costa caer en los brazos de Morfeo. Resistiendo la tentación de esconderme debajo del escritorio y tomar una siesta. Y sobre todo, intentando que la flojera salga de este cuerpo chambeador que tantas cosas tiene por hacer.

Hago como que trabajo y el patrón hace como que me paga. Tenemos una relación simbiótica. O quizás es más bien masoquista. Él me paga poco. Y yo me quejo de eso todo el tiempo. No trabajo poco, porque mi sentido de la responsabilidad no me dejaría dormir por las noches (además del domingo, no pretendo estar cansada el resto de la semana) y por si fuera poco, soy demasiado compulsiva, controladora y ñoña como para hacerlo. Así es que el único mecanismo de autodefensa que me queda es la constante y fastidiosa queja. De esas quejas que son como un zumbido de mosquito a las 3 de la mañana.

Ya casi deja de ser lunes. Al menos “lunes laboral”… A partir de las 4:30 puedo huir a casa. Aunque casi siempre dan las 5 antes de que me autolibere de mis labores forzadas.

Hoy me iré temprano. Bueno, no realmente “temprano” sino a la hora justa de salida. Ese sólo pensamiento me alegra y me llena de energía.

Y me digo a mi misma: “Lo mejor de todo, es que mañana… mañana YA NO es lunes”

Mis 26 veranos

A mi abuela.

Mis primeros 26 veranos. Normalmente las personas cuentan su edad en primaveras. Pero yo nací en el cálido y lluvioso mes de Julio. Así es que fue el verano quien me dio la bienvenida a esta montaña rusa que llamamos vida.

Hace 26 veranos dejé el templado y cómodo vientre de mi madre y por primera vez, lloré. Llené mis pulmones de aire y grité con fuerzas. ¿Quién era ese hombre que me estaba alejando de mamá? De la protección y el bienestar, del cariño y ternura… de todo lo bueno que alguien con sólo 30 segundos de vida conoce.

No he dejado de llorar desde entonces. Aunque no todos los llantos han sido malos. Lágrimas de tristeza, preocupación, dolor, rabia, frustración… pero también lágrimas de alegría, satisfacción, amor, risa. Esas gotas de agua salada que con sus escasos mililitros nos lavan el alma y el corazón, son una constante en la vida de las personas. Nos hacen más humanos, menos de piedra o de cartón.


Este fin de semana cumplí mis 26 veranos… y si, lloré. No fueron lágrimas felices. Tampoco lloré porque me hayan salido tres canas. No. A fin de cuentas, las canas son cabellos que dejaron de ser tontos. O al menos eso me gusta creer. No lloré porque cuando me miré al espejo, vi dos que tres arrugas que están totalmente fuera de lugar.


Lloré porque tengo un hueco, de esos que duelen y que intentamos tapar con recuerdos, fotografías, cartas. A veces el hueco es más grande, a veces duele más. Ese hueco es mi abuela. Nos dejó hace un año, justo un día después de mis 25 veranos. Estaba enferma, sin fuerzas. Su alma dejó ese traje viejo y remendado y huyó a lado de mi abuelo. Para renovarse juntos. Y yo me quedé aquí… añorando sus abrazos, recordando su sazón. Pero no me dejó sola. Me hizo un regalo secreto, que nadie sabe y nadie conoce. Sólo yo. Y él. Mi Cómplice.


Este fin de semana, me faltó mi abuela. Y se abrió el hueco... me sentí sola. Me hizo falta su sonrisa y su abrazo y su voz. Y lloré. Pero no como el día en que nací, a grito limpio, a todo pulmón. No. Lloré quedito. Sentada en una esquina, cuidando que nadie me escuchara. Y después me calmé. Recordé que no le gustaba verme llorar y que ahora ella está mejor, que me cuida desde algún lado. Y entonces sonreí. Porque cumplía 26 veranos, porque me faltan muchas cosas por hacer, por vivir… y también por llorar.


Este no es un blog triste. Es sólo que una vez al año, cuando se acumulan más veranos en mi cuenta… recuerdo… y lloró por lo que tuve. Y después sonrío por lo que tengo. Y agradezco que, aunque sea de lejos, mi abuela siempre esté presente.