septiembre 23, 2009

En sus marcas…¿Listos? ¡Fuera!

¿Alguna vez han jugado un rally? Esta fue mi primera vez. La invitación me llegó por sorpresa. Mi hermana salió sorteada para participar y debía formar un equipo de 4 personas. Casualmente, cuatro es el número de hermanos que nosotros somos. ¡Listo! No más búsqueda de integrantes. Nombrar al equipo fue resultado de la presión causada por la fecha límite de envío y por la escasez de ideas que se nos ocurrían (y que debían estar relacionadas con el Discovery Channel, organizador del rally). “Los Planetarios”… total, ¿qué importaba el nombre? ¡Estábamos dentro y con ganas de participar!
El día del rally llegamos dudosos, inciertos. Muy lejos de nuestra casa, en un lugar que no conocíamos y con la Guía Roji 2007 en mano, a falta claro de un moderno GPS. Veinte equipos en total. Nos agarró el pánico escénico, sobre todo cuando descubrimos la personalidad extrovertida y la tecnología de punta con los que la mayoría de los participantes contaban. “La actitud también cuenta” dijo el hombrecito que dirigía las actividades. Y al unísono los equipos gritaron, brincaron, ovacionaron. Nosotros, muy seriecitos, sin brincos ni escándalos. ¿Qué tiene? La alegría y la emoción también se llevan por dentro.
Empezó el rally. Nosotros avanzábamos con la incredulidad de ganar un premio y a la vez con el orgullo a flor de piel que nos empujaba a evitar a toda costa quedar en último lugar. No sólo se requería fuerza física para cumplir con cada uno de los desafíos en diferentes puntos de la ciudad, sino también una robusta torre de control tras bambalinas que nos ayudara a responder las preguntas difíciles y a proporcionarnos las mejores rutas para viajar de un punto a otro.
Después de cumplir cada reto y en el trayecto a la siguiente parada, nos consolábamos en el coche “no vamos tan mal, no vamos tan mal” nos repetíamos unos a otros. Después de pasar por diferentes puntos de la ciudad, desde el Parque México, el lago de Chapultepec, la Plaza de Toros, el Estadio Azteca, el Museo Sumaya y varios más, llegamos al final del rally. Cansados, sí. Felices, también.
Llegó la hora de la premiación. El tercer lugar es para “Los Compas” y el segundo lugar para “Hecho en México”- anunció el hombrecito que dirigía la ceremonia. Para este momento, la desilusión nos invadía, porque a lo mucho esperábamos el tercer lugar. “Ni modo, no ganamos nada” – pensé. El hombrecito interrumpió mis pensamientos “Y el primer lugar es para… ¡LOS PLANETARIOS!” ¿Los Planetarios? ¿Ganamos? ¡Ganamos! La incredulidad le abrió paso a la sorpresa, la alegría y la euforia. Eso sí, conservando la compostura, como siempre.
¿Y yo? No sólo gané una módica cantidad en efectivo, también aprendí lo bien que puedo trabajar en equipo con mi familia y lo mucho que disfrutamos pasar tiempo juntos esforzándonos por un objetivo común.

septiembre 22, 2009

Limón con azúcar

Como parte de mi espiral de mala suerte, hace dos sábados casi pierdo la cabeza. No por un hombre, ni por el agobiante trabajo, sino porque me golpeé la cabeza muy fuerte con la esquina de una caja de metal. Sí, una de esas que guardan los interruptores de la luz. El golpe me lo di un poco arriba de la frente, a la altura del ojo derecho. No sangré, pero eso sí, me salió un gran chipote que punzaba intermitentemente.

Cuando llegué a casa, mi mamá me dijo “ponte limón con azúcar”.

Eso me recordó mi infancia. Cuando jugaba debajo de los muebles y los golpes en la cabeza eran mucho más frecuentes. Recuerdo a mi abuelita, exprimiendo limones, mezclando el jugo con azúcar y haciendo una pasta que me ponía en el lugar del golpe. Nunca supe realmente si era por la mezcla o por el cariño de mi abuela sobando el golpe, pero el dolor y el chipote realmente desaparecían.

En esta ocasión, no me puse limón con azúcar. Pero de pronto caí en la cuenta de por qué a pesar del golpe, los chipotes de mi infancia son dulces recuerdos.

septiembre 21, 2009

Éxito

Todo en esta vida tiene dos extremos. Hace algunas semanas, me enfoqué en el fracaso. En porqué los proyectos salen o no. En el duelo que causan y el dolor de dejarlos ir.
Hoy quiero hablar del éxito. Porque a toda mala racha (o al menos en mi vida así ha sido) sigue una época de calma y felicidad.

Desde hacía algunos meses, y por alguna razón que aún no descubro, me encontraba en una espiral de negatividad. Algo salió mal, y después peor y así hasta llegar al punto de querer ahorcar a alguien. Es difícil cambiar los pensamientos negativos, cuando todo lo que haces sale mal. Pero por fortuna, cuando estaba a punto de caer aún más profundo dentro de la espiral, algo bueno pasó que cambió el rumbo de las cosas.

Estoy segura que la espiral de negatividad es como un enorme péndulo oscilante, que al más mínimo contacto desvía por completo su trayectoria. El chiste es encontrar, coincidir o provocar esos pequeños roces que nos ayuden a romper con las tendencias negativas.

septiembre 02, 2009

¿Fracaso?

Hay ocasiones en que los proyectos personales, simplemente no funcionan. Las razones son diversas: el concepto no es el adecuado, el público al que va dirigido es incorrecto, la percepción personal era demasiado optimista comparada con las expectativas reales, o simplemente no era el tiempo apropiado para iniciar tan grande aventura.
Como sea. Explicarlo es fácil. Aceptarlo en cambio, es un proceso largo y doloroso.

Los fracasos son heridas en el alma que llevan un proceso extenso de cicatrización. Algunas heridas son más profundas que otras y por eso duelen por más tiempo. Otras son como cortadas de papel: duelen mucho el primer día, pero al siguiente ya han sanado casi por completo.
Cuando un fracaso se ve venir, el duelo es más corto, menos punzante. Nos da tiempo para meditar acerca de nuestro proyecto. De pensarlo, analizarlo, despedirnos, enterrarlo. De buscar justificaciones para el no-éxito sin tirarnos al drama. De dejar ir con suavidad y seguir adelante.
Al fin y al cabo, la vida es cambio. Ya habrá oportunidad de idear otros proyectos.