febrero 12, 2010

Desencuentros Deportivos

Platicando sobre mi vida de estudiante con Chozy-Frozy, la novia de mi hermano, recordé cuál era la materia más difícil, complicada e imposible de exentar (impartida por la elite más malévola, perversa y cruel de todo el mundo): educación física. O como en mi escuela le llamaban: la clase de deportes.

Durante toda mi vida de estudiante de la educación obligatoria (es decir: primaria, secundaria y preparatoria) viví una serie de eventos desafortunados mientras hacía “deportes”. In memoriam de mi época de estudiante y como homenaje a la materia de educación física, les presento mi top 3 de los desencuentros deportivos:

Primer desencuentro: La cara de imán

Sucedió en la primaria, mientras jugábamos “quemados” (para los que no lo saben, es la versión escolar del baseball. Es decir, hay dos equipos que deben anotar el mayor número de “home runs”. La diferencia es que se juega con un balón que se patea y no con un bat).

Antes de contarles mi amarga experiencia, deben saber que mi cara tiene un cierto imán para las pelotas. Por alguna razón, no importa de qué deporte se trate, siempre terminan dándome un buen golpe “en la jeta”. Y este primer desencuentro, no fue la excepción. El balón me dio tan duro en la cara, que me dejó como un monstruo: el ojo y la boca hinchados y por supuesto la nariz sangrante. Y además salí regañada. El profesor de deportes me bajó puntos de mi calificación porque el equipo azul perdió por mi culpa. Y yo, terminé en la enfermería con tapones en la nariz, pomada de árnica en la mitad de la cara y un espantoso 80 en la clase de deportes (e irónicamente 100 en la de matemáticas).

Segundo desencuentro: Johanna y el juego prohibido

Fue en la secundaria. En esta linda época de pubertad, en la escuela ya nos permitían elegir (de una lista predefinida) qué deporte queríamos practicar como parte de las actividades de la materia de Educación Física. Y como la clase de Jazz ya estaba llena (¡bailar sí que me gusta!) me inscribí a Volley-Ball. Y era más mala que las decisiones de Vicente Fox. Pero eso no se reflejaba en la calificación, lo importante era “echarle ganitas”. Además, mi profesor era un bombón. Se vestía como renegado y llegaba a la escuela en moto. Lo malo es que tenía como 60 años y se dejaba barba de Jesucristo Superestrella. De hecho, mis amigas y yo lo llamábamos “Jesus Christ”. Y mi desencuentro fue algo realmente curioso. En una de las clases, éramos muy pocas alumnos (los demás habían faltado a la clase por causas aún desconocidas). Entonces, mi profesor Jesus Christ, decidió que nos juntáramos con los alumnos de la clase de Basket-Ball (que también eran pocos) y para no herir susceptibilidades de ninguno de los dos grupos, empezamos a jugar quemados (sí, lo sé…ese juego está prohibido para mí). Yo, por supuesto no quería jugar así es que fingí dolor de cabeza y me senté en la bardita a observar. De pronto, vi venir un balón hacia mi cara a toda velocidad (les digo que tiene imán). Lo único que atiné a hacer fue meter mi mano y desviar el balón. La buena noticia, es que el balón no me pegó en la cara. La mala noticia es que me fisuró el dedo anular derecho. La otra buena noticia es que soy zurda, así es que no me afectó en casi nada. Lo malo fue que tuve que traer el dedo entablillado y morado por un mes.

Tercer desencuentro: La vida es mejor bailando

Me pasó en la preparatoria, cuando por fin, logré inscribirme a la clase de Jazz como parte de las actividades de Educación Física. Y como no todo en esta vida es mágico y maravilloso, las coreografías nunca me salían. Creo que bailar todos los ritmos latinos se me da muy bien. Puedo menear las caderas con cadencia y mejor aún, coordinarlas con mis pies… siempre y cuando no sea una coreografía tipo Britney Spears o Spice Girls. Porque mis pies se convierten en mi peor enemigo y me hacen bailar con la gracia de un hipopótamo, como los de la película de Fantasía. Por supuesto, la mayor parte de las alumnas (no había niños en la clase) eran buenísimas con las coreografías porque bailaban en el concurso de intercolegiales (un concurso de coreografías donde los grupos eligen un tema y bailan y se caracterizan de acuerdo a éste). Evidentemente, la maestra las amaba. Y a mí (y a otras cuantas poco agraciadas) nos odiaba. Y mi calificación oscilaba entre los 70s y los 80s. Así es que por mis bajas calificaciones, tuve que presentar examen final de Jazz (exenté todas las materias, incluidas Matemáticas, pero tuve que hacer examen de “deportes”… eso fue lo patético del asunto). Y el examen consistió en una hora seguida de hacer abdominales tipo crunch. Una hora, acostada en el piso duro de duela, haciendo abdominales hasta decir basta. Fueron los 3,600 segundos más largos de mi vida. Y también los más dolorosos. Como éramos pocas, la maestra nos vigiló cada segundo de la clase y no pude parar ni un momento de hacer abdominales. Después de la clase, estuve casi imposibilitada para moverme. Y no sólo eso, tuve la espalda y el abdomen deshechos, aún cuando tomé analgésicos y desinflamatorios por más de una semana.

Como ya habrán notado, desde el primer momento supe, que lo mío, lo mío, definitivamente no eran las actividades físicas. Y por eso me dediqué a cultivarme en lo intelectual (algo tenía que hacer bien, ¿no?). Después de todo, tenía dos buenos argumentos para justificarme: (1) no quería ser maestra de educación física porque no gusto de torturar a las personas y (2) en la universidad y en el trabajo, lo más cercano a la educación física es el levantamiento de tarro. Y ese me sale muy bien. Aunque en vez de cerveza, lo llene con agua de jamaica.

P.d. Querid@ lector@: Creo que olvidé comentarlo en alguna ocasión. Siempre respondo a tus comentarios de alguna manera. Si no cuento con tu correo electrónico, puedes buscar tu respuesta en la misma sección de “comentarios”. Los comentarios son el alimento del blogger. Pancita llena y corazón contento. Gracias por compartir.

febrero 03, 2010

Dale, dale, dale... ¡no pierdas el tino!

Que me tome 1.5 litros de agua espaciados por media hora para que me puedan hacer el ultrasonido pélvico. No se asusten. Ni estoy embarazada ni el ultrasonido te lo hacen tan abajo. Como no me sentía bien, ni con la ayuda de Doña J fui al mejor doctor que se me ocurrió: mi ginecóloga. Le conté de mis dolencias y ella me mandó a hacerme 3 ultrasonidos y una placa de tórax. Y ahí me tienen, acudiendo voluntariamente a que violen mi privacidad. Una enfermera me recibió para darme indicaciones: "Para la placa de tórax, el ultrasonido mamario y el de abdomen superior, se quita TODA su ropa de la cintura para arriba y se pone esta batita” – me dijo. Creo que de sólo pensarlo me sonrojé. Odio estas batitas con más abertura que tela y que yo gusto de llamar “batitas de sóplale y surprise” ¿Qué sentirán las mujeres de la vida galante al enseñarle los pechos a un completo extraño? Porque yo me sentí invadida y apenada por la sola idea. Es más, creo que estudios como estos, debieron ser utilizados como instrumentos de tortura medieval.

Ya en el ultrasonido, el doctor me dijo “le voy a pedir que se descubra primero el seno derecho y luego el izquierdo. Le voy a poner gel tibio para poder ver con este aparatito”. Ustedes no estuvieron ahí (¡gracias a Dios!) pero pueden estar seguros de dos cosas: 1) el gel estaba tan tibio como mis pies en el día más frío de invierno después de caminar descalza por los pisos de mármol de mi casa y 2) el doctor ha visto tantas tetas en su vida que las mías no causaron ningún efecto en él.

Total, mis ultrasonidos y placa salieron perfectos. Estoy más sana que nada. Pero como los malestares seguían, pasamos al nivel de tortura No. 2: los análisis de sangre. Desde pequeña odio las agujas y huyo de ellas (excepto si las utilizo para bordar). Hasta esta ocasión, en que puse todas mis esperanzas en mi sangre para darles a los doctores una pista sobre qué es lo que me pasa. Porque a mi parecer, todos estaban dando palos de ciego.

Nunca he sido una gran coleccionista, pero desde que empezaron mis malestares, colecciono diagnósticos médicos (y las deudas $ correspondientes). Y como cada médico que visito vota por una o dos enfermedades diferentes, a la fecha tengo 7 nominaciones:

- Ataques de ansiedad por el Dr. Texas Cowboy

- Hipoglucemia por la Dra. Ojitos de las Lomas

- Isquemia por la Dra. Ojitos de las Lomas

- Síndrome Premenstrual por el Dr. Mediocre-Soy-Un de Territorio Vasco

- Contractura Muscular de Pecho por el Dr. Mediocre-Soy-Un de Territorio Vasco

- Arritmia Sinusal por el Dr. Chin-ito

- Trastorno de la Tiroides por el Dr. Chin-ito

Así es que como ven, todos van por caminos diferentes. La más reciente mala noticia (o buena, viéndola desde otra perpsectiva) es que mis análisis de sangre arrojaron resultados perfectamente normales. Y como dice una de mis tías, “qué raro que digan que estoy perfectamente bien, porque yo me siento perfectamente mal”.

Ni hablar. Ni con la sangre ni con los estudios se ponen de acuerdo y logran dar con la raíz de mis malestares. Es una de esas ocasiones en que la decisión final, es mía. Yo puedo elegir qué enfermedad me gustaría tener. Y sólo por esta ocasión, yo decido no tener ninguna.

Ya que la medicina tradicional y la medicina alternativa no me dan soluciones, probaré con el poder de la mente. Al más puro estilo de la peli “El Secreto”. Lo mejor de todo es que el diagnóstico y los medicamentos son totalmente gratuitos. Me receto a mi misma dos cápsulas de positivismo tres veces al día, una cucharadita de alegría todas las mañanas y en caso de presentar algún malestar, un beso de mi marido en la zona afectada. Amén.