octubre 27, 2009

Yo. Madre.

Hace algunos días, una de las mujeres sabias de mi familia cuestionaba a su red social ¿Por qué todo el mundo se ha puesto a engendrar y parir?
La pregunta me cayó en un momento adecuado para la reflexión y profundización del tema. Acabo de casarme y los hijos siempre han estado en mis planes y los de mi marido. Lo que nunca había pensado es en el porqué. Quizás porque desde niña jugaba a las muñecas, les daba de comer, imitaba a mamá porque la admiraba y quería ser como ella. Después cuidé de mis hermanos pequeños y soñaba con ser grande y tener hijos propios. Era lo normal ¿no? Es lo que te enseñan en la escuela. Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren.
Lo que descubrí en el transcurso entre crecer y reproducirme fue que en la escuela se les olvidó mencionar la parte más importante de la vida de los seres humanos: la realización personal. O quizás es parte del crecimiento (sólo les faltó explicarlo mejor). El crecimiento moral e intelectual, más que el crecimiento físico. Eso es lo que marca la diferencia entre los humanos y los demás seres vivos. Porque no sólo crecemos como plantas y después regamos semillitas por aquí y por allá. Necesitamos desarrollarnos intelectualmente, asumir nuestra personalidad y nuestras responsabilidades. Y después, si así lo decidimos, reproducirnos. U omitir este último paso y simplemente seguir creciendo hasta que llegue el día de morir.
Ser madre, reproducirse, para mí es lo mismo que elegir una profesión. Algunas mujeres eligen ser contadoras, actrices, diseñadoras. Y además, algunas eligen ser madres. A fin de cuentas es un trabajo de tiempo completo y es una profesión miscelánea. Las madres son maestras, chefs, doctoras, costureras, psicólogas, economistas. Lo malo es que no hay licenciatura, ni maestría ni doctorado. Todo se obtiene con la práctica, con la prueba y error. Lo bueno es que no hay examen final. Sólo una hermosa graduación el día en que los hijos logran ser felices a su manera.
Hoy tengo una respuesta para mí. Me gustaría tener hijos porque quiero crear ese lazo irrompible con otro ser humano. Ese lazo que nace del vientre materno y que permanece invisible por toda la vida. Que te hace compartir los logros, los fracasos, las alegrías y las tristezas por igual. Que te hace estar siempre dispuesto de manera incondicional. Que te impulsa a ser mejor persona y a transmitirlo a las personas que te rodean. Quiero ser curada de cualquier mal por el encanto de una sonrisa y el poder de un abrazo. Quiero ser capaz de sacar fuerzas de donde parecía no haberlas, de soportar lo inimaginable y lograr lo que parecía imposible por la magia que provocan cuatro letras pronunciadas al hilo: m-a-m-á.

octubre 22, 2009

Explosión de colores

Mi familia es una madeja de pensamientos, voces, olores y sabores. Y no hablo sólo de mi marido, mis papás y hermanos, sino de mi enorme familia extendida: mis tíos, primos, sobrinos y sí, desde algún lugar, mis abuelos.

Desde que tengo uso de razón, todos ellos están en mis memorias. Algunas buenas… otras no tanto. Al fin y al cabo somos una mezcla de al menos 35 mundos diferentes, que cuando se rozan sacan chispas. Aunque casi siempre, los mundos colisionan suavemente, causando explosiones de colores.

Eso es mi familia. Una explosión de colores. Un sinfín de risas, apapachos, besos, comentarios atinados y desatinados, bromas, llamadas, mensajes. No importa el medio, la temporalidad ni el lugar. Todos estamos ahí para todos. Y nos lo hacemos saber unos a otros. Algunas veces más, algunas veces menos.

Como las olas del mar, que se acercan y se alejan, así vamos y venimos de las vidas de unos y otros en una danza perfecta, enseñada por nuestros abuelos, que nos mantiene unidos.

Hay ocasiones en que me doy cuenta cuánto nos queremos en mi familia. Y en esos momentos, lo único que atino a pensar es: ¡Muchas gracias abuelos por este gran regalo!