¿Johanna C. Kretts? Si tres palabras pudieran describirme, serían definitivamente RESPONSABILIDAD, JUSTICIA y LIBERTAD. Y la historia de todas estas características está muy relacionada con mi infancia y pubertad.
La Señorita Responsabilidades
Nací en los años ochenta, en medio de guerras, Reagan, SIDA, el muro de Berlín, videojuegos, Juan Pablo II, Rock en español, Michael Jackson, Rocky, Timbiriche, Indiana Jones, Maradona, Los Cazafantasmas, Flans, Volver al Futuro, Aerosmith, ET, Bon Jovi, Cher, Madona, Metallica, Terminator, Soda Stereo, Sábado Gigante, el boom de los Volkswagen.
Crecí jugando con la cocinita de Fisher Price, mi Nenuco, el hornito mágico, máquina de raspados, Barbies, Playmobil, mi Pequeño Pony, Cabbage Patch, Pin y Pon.
La televisión también marcó mi vida. Me hacía soñar con ser parte de la pandilla del Señor T, con tener una cabra que se llamara Copo de Nieve, un perro como Bell, el cuerpo de Cheetarah, la varita mágica de Sandybell, viajar al futuro y volar por los aires en una nave como los Supersónicos o de plano volver a épocas antiguas y vivir con los Picapiedra y Dino.
Soy la primera de cuatro hermanos. Y cuando sólo éramos mi hermana y yo, las cosas eran muy diferentes a como son ahora. Mi mamá era el general de la casa y nosotras éramos los soldados. La limpieza, la rutina y los horarios de desayuno, comida y cena eran sumamente estrictos.
Aprendimos a seguir órdenes, a respetar la autoridad y a ser responsables de todo lo que hacíamos y decíamos.
Y después vinieron los hermanos. Más gente en la casa, más quehaceres para mi madre. Todo resultó en la liberación del sistema. No más rutinas, horarios, limpieza extenuante. ¡Arriba la anarquía! Y la delegación. Porque ahora me tocaba hacerme cargo de algunas cosas de mis hermanos. Fue en esa época cuando aprendí a cambiar pañales, preparar mamilas y arrullar bebés.
Dadas las circunstancias, también me hice muy responsable de mi misma. De mis calificaciones, de las tareas, de todo lo que mis padres llamaban “Mi Responsabilidad”. De alguna forma entendí que asistir al colegio era un privilegio que debía aprovechar. Y así fue, como todas estas circunstancias sumadas a que suelo tomarme las cosas serias muy a pecho, iniciaron la creación de esta monstrua que yo soy.
La mariposa justiciera
Todo empezó cuando en la primaria pasé de ser una vara esbelta a una redonda “o”. No me pregunten por qué sucedió. Pero sucedió. Subí de peso. Mucho. Demasiado. Suficiente. Tanto como para ser el blanco favorito de las bromas y burlas de mis compañeros.
Escogí un mal momento para subir de peso. Los niños son crueles y malévolos. No sé si lo hagan a propósito, pero no filtran sus pensamientos para después expresarlos de manera más adecuada, menos hiriente. No sólo fui “la gorda” sino que gracias a mi carácter compulsivo, responsable y justiciero, me convertí en “la gorda ñoña, pesada y sangrona”. Esa que no les pasaba las tareas, ni las respuestas en los exámenes, ni hacía trabajos finales por ellos. ¡Bola de flojos! ¿Porqué habría yo de trabajar por ellos? ¿Para evitar sus insultos? ¿Para lograr integrarme al grupo? ¿Para ser “la gorda buena onda”? Ni madres.
Fue en esa época cuando me di cuenta que los débiles no tenían cabida en este mundo. Los que se dejaban molestar, los que cedían su lunch, los lame botas, los que agachaban la cabeza, eran las víctimas, los eternamente molestados, cabuleados y abusados. Entendí que no siempre la justicia es divina, que muchas veces está en nuestras manos. ¿Agresiva? Sólo lo suficiente como para mantener a los burlones y abusivos lejos de mí. Y aunque lo hice lo suficientemente bien como para mitigar la situación, aún así esos kilos de más me costaron una primaria dolorosa.
Fue a mediados de la secundaria, hubo mano negra, intervención divina… o simplemente un ajuste biológico. Llegó la menarca y como por arte de magia, como si fuera mi hada madrina, me devolvió mi silueta esbelta. Y entonces sí. Dejé de ser la gorda, la pesada, la sangrona. Y como en el cine mexicano, empezaron mis años de oro.
Las niñas no cambiaron gran cosa. ¡Pero los hombres! Cual abejas que rondan la miel. ¿Y yo?… yo seguía siendo la misma loca, responsable, compulsiva y justiciera. La que defendía a los débiles. La que no soportaba el abuso. La que no permitía la injusticia. Como Juana de Arco, defendiendo sus ideales a toda costa. Y estaba enojada. Porque me querían por lo que veían y no por lo que yo era. Yo soy una mariposa. Pero ellos no supieron ver la belleza escondida en la oruga. ¡Lástima! Les cayó el rigor de la Mariposa Justiciera.
Libertad Femenina
No sé a ciencia cierta de dónde me vino tanto amor a la libertad. Sólo estoy segura que está marcada por el feminismo. O al menos por el feminismo entendido a mi manera.
Soy mujer y amo serlo. Las mujeres pueden expresar libremente sus emociones, las mujeres son seres de roble protegidos por los hombres… las mujeres tienen magia, porque pueden crear vida. Llevan en su seno la semilla de la vida. Y eso, es un privilegio inexplicable e inigualable.
Definitivamente no somos iguales a los hombres. Y yo jamás he pretendido serlo. Nunca he luchado por la igualdad sino por la equidad de género. Porque somos equivalentes. Fabricados en forma y fondo para complementarnos. Creo en la igualdad intelectual. Porque si bien, nunca podría comparar mi fortaleza o destreza física a la de un hombre, estoy segura de que intelectualmente estoy a la par de cualquiera de ellos.
Por muchos años las mujeres vivieron reprimidas, sometidas, abusadas. Y cuando inició el movimiento feminista, recuperamos en parte algo que nos ha pertenecido desde siempre y que nos habían robado: nuestra libertad. La capacidad de ser lo que queramos ser, ir a donde queramos ir, pensar lo que queramos pensar. Sin reprimendas, sin castigos, sin miedo.
Vivo en un matriarcado. Para mí, es el estado natural. Regresamos a la tendencia que existía en la época de las cavernas, cuando las mujeres gobernaban el mundo. Y en mi casa, mi madre es la Reina. Mi papá es un ser comprensivo, tolerante y paciente que ama profundamente a mi madre. Y estoy segura que en el fondo, también ama que mi madre lleve el control de mi familia. Creo que cedió ese poder cuando empezó a trabajar largas horas en la oficina. Mi madre era quien se hacía cargo de la casa, de los hijos, de hacer rendir el dinero. No podía esperar “al hombre de la casa”. Se hizo cargo de todo. Y lo hizo bien.
Ese fue el primer ejemplo de libertad femenina que experimenté en la montaña rusa de mi vida. Y todo lo demás, supongo que derivó de las enseñanzas de mi madre. Desde niña, mis padres me enseñaron que había nacido para ser grande. Que no debía depender de nada ni nadie. Que era hermosa, inteligente y talentosa y que podría hacer lo que quisiera en la vida. Me enseñaron que las épocas en que las mujeres dependían de un hombre o se sometían a él, habían pasado hacía tiempo. Yo tenía que ser autosuficiente. Nunca debía hacerme falta recibir nada de nadie. Por mí misma tenía que ser capaz de estudiar, trabajar, comprarme cosas, llegar lejos… o tan lejos como yo quisiera. Porque soy un ser libre. Y la libertad es el valor más importante, por el que siempre debo de luchar. Y como siempre, me lo tomé muy en serio. Me adueñé de la filosofía, la hice mía. Y desde entonces, desde niña, sé y estoy convencida que puedo lograr lo que sea y que soy la única responsable de mí y de mi destino. Que soy libre y puedo ir a donde yo quiera. Que no necesito de nada ni de nadie porque está conmigo la persona más importante, la que más me quiere y la que siempre estará conmigo: YO misma.
La Señorita Responsabilidades
Nací en los años ochenta, en medio de guerras, Reagan, SIDA, el muro de Berlín, videojuegos, Juan Pablo II, Rock en español, Michael Jackson, Rocky, Timbiriche, Indiana Jones, Maradona, Los Cazafantasmas, Flans, Volver al Futuro, Aerosmith, ET, Bon Jovi, Cher, Madona, Metallica, Terminator, Soda Stereo, Sábado Gigante, el boom de los Volkswagen.
Crecí jugando con la cocinita de Fisher Price, mi Nenuco, el hornito mágico, máquina de raspados, Barbies, Playmobil, mi Pequeño Pony, Cabbage Patch, Pin y Pon.
La televisión también marcó mi vida. Me hacía soñar con ser parte de la pandilla del Señor T, con tener una cabra que se llamara Copo de Nieve, un perro como Bell, el cuerpo de Cheetarah, la varita mágica de Sandybell, viajar al futuro y volar por los aires en una nave como los Supersónicos o de plano volver a épocas antiguas y vivir con los Picapiedra y Dino.
Soy la primera de cuatro hermanos. Y cuando sólo éramos mi hermana y yo, las cosas eran muy diferentes a como son ahora. Mi mamá era el general de la casa y nosotras éramos los soldados. La limpieza, la rutina y los horarios de desayuno, comida y cena eran sumamente estrictos.
Aprendimos a seguir órdenes, a respetar la autoridad y a ser responsables de todo lo que hacíamos y decíamos.
Y después vinieron los hermanos. Más gente en la casa, más quehaceres para mi madre. Todo resultó en la liberación del sistema. No más rutinas, horarios, limpieza extenuante. ¡Arriba la anarquía! Y la delegación. Porque ahora me tocaba hacerme cargo de algunas cosas de mis hermanos. Fue en esa época cuando aprendí a cambiar pañales, preparar mamilas y arrullar bebés.
Dadas las circunstancias, también me hice muy responsable de mi misma. De mis calificaciones, de las tareas, de todo lo que mis padres llamaban “Mi Responsabilidad”. De alguna forma entendí que asistir al colegio era un privilegio que debía aprovechar. Y así fue, como todas estas circunstancias sumadas a que suelo tomarme las cosas serias muy a pecho, iniciaron la creación de esta monstrua que yo soy.
La mariposa justiciera
Todo empezó cuando en la primaria pasé de ser una vara esbelta a una redonda “o”. No me pregunten por qué sucedió. Pero sucedió. Subí de peso. Mucho. Demasiado. Suficiente. Tanto como para ser el blanco favorito de las bromas y burlas de mis compañeros.
Escogí un mal momento para subir de peso. Los niños son crueles y malévolos. No sé si lo hagan a propósito, pero no filtran sus pensamientos para después expresarlos de manera más adecuada, menos hiriente. No sólo fui “la gorda” sino que gracias a mi carácter compulsivo, responsable y justiciero, me convertí en “la gorda ñoña, pesada y sangrona”. Esa que no les pasaba las tareas, ni las respuestas en los exámenes, ni hacía trabajos finales por ellos. ¡Bola de flojos! ¿Porqué habría yo de trabajar por ellos? ¿Para evitar sus insultos? ¿Para lograr integrarme al grupo? ¿Para ser “la gorda buena onda”? Ni madres.
Fue en esa época cuando me di cuenta que los débiles no tenían cabida en este mundo. Los que se dejaban molestar, los que cedían su lunch, los lame botas, los que agachaban la cabeza, eran las víctimas, los eternamente molestados, cabuleados y abusados. Entendí que no siempre la justicia es divina, que muchas veces está en nuestras manos. ¿Agresiva? Sólo lo suficiente como para mantener a los burlones y abusivos lejos de mí. Y aunque lo hice lo suficientemente bien como para mitigar la situación, aún así esos kilos de más me costaron una primaria dolorosa.
Fue a mediados de la secundaria, hubo mano negra, intervención divina… o simplemente un ajuste biológico. Llegó la menarca y como por arte de magia, como si fuera mi hada madrina, me devolvió mi silueta esbelta. Y entonces sí. Dejé de ser la gorda, la pesada, la sangrona. Y como en el cine mexicano, empezaron mis años de oro.
Las niñas no cambiaron gran cosa. ¡Pero los hombres! Cual abejas que rondan la miel. ¿Y yo?… yo seguía siendo la misma loca, responsable, compulsiva y justiciera. La que defendía a los débiles. La que no soportaba el abuso. La que no permitía la injusticia. Como Juana de Arco, defendiendo sus ideales a toda costa. Y estaba enojada. Porque me querían por lo que veían y no por lo que yo era. Yo soy una mariposa. Pero ellos no supieron ver la belleza escondida en la oruga. ¡Lástima! Les cayó el rigor de la Mariposa Justiciera.
Libertad Femenina
No sé a ciencia cierta de dónde me vino tanto amor a la libertad. Sólo estoy segura que está marcada por el feminismo. O al menos por el feminismo entendido a mi manera.
Soy mujer y amo serlo. Las mujeres pueden expresar libremente sus emociones, las mujeres son seres de roble protegidos por los hombres… las mujeres tienen magia, porque pueden crear vida. Llevan en su seno la semilla de la vida. Y eso, es un privilegio inexplicable e inigualable.
Definitivamente no somos iguales a los hombres. Y yo jamás he pretendido serlo. Nunca he luchado por la igualdad sino por la equidad de género. Porque somos equivalentes. Fabricados en forma y fondo para complementarnos. Creo en la igualdad intelectual. Porque si bien, nunca podría comparar mi fortaleza o destreza física a la de un hombre, estoy segura de que intelectualmente estoy a la par de cualquiera de ellos.
Por muchos años las mujeres vivieron reprimidas, sometidas, abusadas. Y cuando inició el movimiento feminista, recuperamos en parte algo que nos ha pertenecido desde siempre y que nos habían robado: nuestra libertad. La capacidad de ser lo que queramos ser, ir a donde queramos ir, pensar lo que queramos pensar. Sin reprimendas, sin castigos, sin miedo.
Vivo en un matriarcado. Para mí, es el estado natural. Regresamos a la tendencia que existía en la época de las cavernas, cuando las mujeres gobernaban el mundo. Y en mi casa, mi madre es la Reina. Mi papá es un ser comprensivo, tolerante y paciente que ama profundamente a mi madre. Y estoy segura que en el fondo, también ama que mi madre lleve el control de mi familia. Creo que cedió ese poder cuando empezó a trabajar largas horas en la oficina. Mi madre era quien se hacía cargo de la casa, de los hijos, de hacer rendir el dinero. No podía esperar “al hombre de la casa”. Se hizo cargo de todo. Y lo hizo bien.
Ese fue el primer ejemplo de libertad femenina que experimenté en la montaña rusa de mi vida. Y todo lo demás, supongo que derivó de las enseñanzas de mi madre. Desde niña, mis padres me enseñaron que había nacido para ser grande. Que no debía depender de nada ni nadie. Que era hermosa, inteligente y talentosa y que podría hacer lo que quisiera en la vida. Me enseñaron que las épocas en que las mujeres dependían de un hombre o se sometían a él, habían pasado hacía tiempo. Yo tenía que ser autosuficiente. Nunca debía hacerme falta recibir nada de nadie. Por mí misma tenía que ser capaz de estudiar, trabajar, comprarme cosas, llegar lejos… o tan lejos como yo quisiera. Porque soy un ser libre. Y la libertad es el valor más importante, por el que siempre debo de luchar. Y como siempre, me lo tomé muy en serio. Me adueñé de la filosofía, la hice mía. Y desde entonces, desde niña, sé y estoy convencida que puedo lograr lo que sea y que soy la única responsable de mí y de mi destino. Que soy libre y puedo ir a donde yo quiera. Que no necesito de nada ni de nadie porque está conmigo la persona más importante, la que más me quiere y la que siempre estará conmigo: YO misma.