octubre 03, 2010

Noir

Generalmente asociado con la oscuridad, el negro representa la ausencia de color o luz visible. Y en efecto, esa misma ausencia es el punto de partida para que la belleza luzca en todo su esplendor. Cuando visto de negro, brillo: la elegancia, la seducción y el enigma envuelven a mi personalidad. Mi intelectualidad resurge, se realza y me convierto en una estrella del firmamento. Cuando visto de negro, mi ropa es el lienzo y yo soy la obra de arte.

agosto 18, 2010

Breve reseña de un paseo por las nubes

Dice la Ley de Murphy que todo lo que pueda salir mal, saldrá peor. Y lo que menos nos gusta hacer, es lo que más haremos.

Me da miedo volar. Y por mi trabajo, lo hago al menos una vez por semana. Auch. Me cayó la Ley de Murphy con todo su rigor.

Los aviones simplemente no me inspiran confianza. Eso de no tener conexión con la tierra, definitivamente me estresa. ¿Y si se cae? No Johanna. Es más probable que te caiga un rayo. ¿Y si me cae un rayo?

Ya sé lo que están pensando. Pero no. No soy pesimista. Precavida, diría yo.

¿Han visto cómo se mueven las alas de los aviones mientras vuelan? Parece que se fueran a quebrar en cualquier instante. Además, uno nunca sabe si una bandada malévola de patos hará un acto terrorista en contra de las turbinas. No Johanna. En México no hay bandadas de patos. Al menos no por el aeropuerto. ¡Pero hay palomas! Millones de palomas pérfidas que tienen un arma poderosísima, que incluso destruye edificios (su excremento, por si se lo preguntaban).

En fin, el punto no eran los patos, ni las palomas ni menos sus desechos biológicos. No me gusta volar.

La primera tortura china son las revisiones en los rayos X, donde casi te encueran. Después de 10 revisiones, ya te sabes el proceso de memoria. Pero a los “revisores” les encanta seguir preguntando “¿Trae computadora” “Sí señor. Ya la puse en la charola, mire, mire aquí está”. “Si la molesto si pasa su bufanda por la banda” “Sí señor. Sí me molesta. Pero ¿qué le voy a hacer? Ni modo que no la pase, ¿verdad?” En una de tanas revisiones hasta me pidieron nuevamente mi credencial de elector. El chavito me veía a mí y veía mi foto, me veía a mí y veía mi foto. Digo, ya sé que me veo casi 10 años más vieja que en esa foto, pero no era para tanto. Todavía no está en mis planes próximos ser terrorista.

La segunda tortura, ya arriba del avión, son las aeromozas checando que todo mundo haya apagado sus “aparatos electrónicos y de comunicación”. “¿Ya apagó su celular señorita?” En primera soy señora. En segunda, ya lo apagué y no me gusta que me lo pregunten veinte veces. Y en tercera, los aviones no se caen por traer celulares o iPod prendidos. Porque si así fuera, yo ya hubiera tirado al menos 10 aviones. Cómo me encantaría que realmente se pusieran a revisar todo el equipaje de mano, seguro hay más de 2 vivos que dejan prendido su celular en la maleta y luego la guardan en los “compartimentos superiores” (¿a poco no? Ya hasta hablo con lenguaje de aeromoza).

Definitivamente, no me gusta volar. ¡Se me tapan los oídos! Y el ruido de las turbinas me estresa. Además, nunca acepto los asientes pegados a la ventana. Las aeromozas te despiertan para que las abras y cierres a contentillo. Y más aún. Me da miedo voltear hacia afuera y ver un gremlin perverso comiéndose el ala. Como en una película de terror antiquísima. ¿La recuerdan?

Lo que sí me gusta, y me divierte mucho, son las historias de avión. Lo que uno escucha y ve en otros pasajeros de diferentes nacionalidades y culturas. Es muy interesante y entretenido. Les cuento la última que escuché:

H – (dirigiéndose a la mujer a lado suyo) “¿De vacaciones a Monterrey?”
M – “No, voy de trabajo”
H – “¿Trabajas en Sistemas?”
M – “No, en Idiomas”
H – “Ahhh… yo trabajo en Sistemas (sonríe). Seguro por eso pensé que tú también (guiña el ojo)”
M – (sonríe y se voltea)

¿Recuerdan las historias de Taxi de Arjona? Pues las historias de Avión me parecen igualmente divertidas. Pero ese será tema (extenso) de otro Post.

Hasta la vista babies.

mayo 17, 2010

A la víbora, víbora de la mar...

Es bien sabido que las vidas de los seres humanos están hechas de rituales.

Desde cómo nos lavamos los dientes, la manera de acomodar la ropa o incluso lo que comemos y cómo lo hacemos.

Pero esos son sólo los rituales diarios. Hay algunos otros que aunque vivimos esporádicamente y (protagonizamos aún menos veces) tenemos tan tatuados en el alma y el corazón, que el no hacerlos nos parece inconcebible.

El ritual del que hablo en está ocasión es el que jamás debe omitirse en una boda: la víbora de la mar, seguida del lanzamiento de ramo y liga.

Al menos yo, desde pequeña soñaba con el día de mi boda, vestida de blanco con un bonito velo. Fantaseaba con mi primer baile como esposa. Me preguntaba sí lanzaría alto el ramo y quién lo cacharía.

No sé como festejan los enlaces matrimoniales en otras religiones o culturas, pero en una boda mexicana-católica nunca deben faltar:

(1) la sesión de peinado y maquillaje de la novia junto con la mamá, hermana(s), amigas y/o damas

(2) la sesión de fotos y/o vídeo. Con poses graciosas, creativas, artísticas o poco naturales, no importa. El chiste es tener un recuerdo que quedé para la posteridad

(3) la entrega de anillos, arras y la colocación de lazo que simbólicamente, una a los novios para siempre

(4) la bendición de los papás, abuelos, padrinos y/o tutores (sí, ellos también, no hay que herir susceptibilidades)

(5) que la novia ofrezca el ramo a la Virgen de Guadalupe o a alguna Virgen de la cual sea devota

(6) lanzar arroz, echar burbujas, liberar mariposas o palomas, tocar campanitas o similar cuando los novios salen de la Iglesia

(7) la partida de pastel acompañada del tradicional brindis por la felicidad de los novios y el éxito en la nueva etapa que juntos emprenden

(8) el primer baile de los novios como esposos

(9) la víbora de la mar (tanto de mujeres como de hombres) seguida del lanzamiento de ramo (por parte de la novia) y de la liga (por parte del novio)

Este fin de semana fui a una boda. Y la novia sólo lanzó el ramo. No hubo víbora de la mar. El novio no lanzó la liga. Y me pareció que algo me faltó. Sentí que fue una boda cortita. Creo que tengo un apego extremo a los rituales. Aunque más bien me catalogo públicamente como una mujer clásica y tradicional.

Y ustedes, ¿tienen rituales en sus vidas?

mayo 06, 2010

Trabajo nuevo, vida nueva.

Está bien. Lo acepto: soy la blogger más irresponsable del mundo mundial. Llevo casi dos meses sin escribir nada. Y aunque tengo mis razones, no las voy a usar para justificarme. Sólo diré a mi favor que tomé vacaciones, me cambié de trabajo y operaron a Lou. Sin pretextos, sólo hechos que me quitaron tiempo, ganas e inspiración.

Pero les cuento. Me moví al negocio de las botanas y galletas. Muy divertido y aún más rico. Es importante conocer el negocio en el que uno trabaja. Y como yo sigo siendo médico brujo (ahora en vez de curar empresas, curo procesos) necesito conocer a fondo cada procedimiento de mi nuevo trabajo.

El paso uno siempre es conocer a los colegas del área y al grupo de personas con el que se trabajará de cerca. El paso dos: conocer la operación del negocio desde las entrañas. Y como la cadena de valor de una empresa nunca empieza en el corporativo, me lancé a ver dónde inicia todo. Y más que a verlo, a vivirlo.

Empecé con un tour por las plantas. Para conocer el proceso productivo y ver a las materias primas convertirse en deliciosos productos terminados. Descubrí las diferencias entre el corporativo y las plantas. Repartí botanas y galletas, cargué cajas, conocí clientes y pasé con el vendedor cada minuto de su extensa jornada laboral. Viví la realidad de los obreros y observé el corto alcance del salario mínimo. Me enamoré de la cadena de suministro y regresé a mi escritorio embriagada de socialismo, con más ganas que nunca de cambiar al mundo, de hacer aunque sea una pequeña diferencia en la vida de la gente.

Qué mejor forma de empezar un nuevo trabajo que con el mismo ánimo de un niño el primer día de clases y la inocencia de un soñador que se siente único y cree que todo lo puede.

Los mantengo al tanto del animómetro. Por ahora, está al máximo.

P.d. Les diría que comieran frutas y verduras, pero eso no incrementaría mi PTU. Entonces, mejor les sugiero que coman galletas y botanas y que haciéndole honor a la publicidad, no se coman sólo una.

Postearé pronto. Lo decreto.

marzo 10, 2010

Soy gay.

Que si es natural, que si es una desviación. Lo cierto es que la homosexualidad es un tema de actualidad que causa enorme controversia. En una sociedad tradicionalista y de mente cerrada como la mexicana, es impresionante lo que este tema puede hacer. Basta con que los medios mencionen algo relacionado con “los gays” para que inmediatamente surjan todo tipo de respuestas, desde artículos en la red y comentarios de personas famosas, programas en la TV o hasta marchas.

El tema de la homosexualidad está en boga, debido a la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y también a que recientemente en México, se está legislando en esta materia para aprobar la adopción de niños por parejas del mismo sexo.

La sociedad está claramente polarizada. Hay personas que están a favor porque consideran el matrimonio y la adopción como derechos fundamentales del ser humano, independientemente de sus preferencias sexuales.

Y por otro lado, hay personas a las que les parece que permitir la adopción y matrimonio entre parejas homosexuales es una aberración contra la naturaleza humana. Este grupo sostiene que el fin último del matrimonio es procrear y perpetuar la especie. Que si se permite que los homosexuales adopten niños, éstos crecerán siendo homosexuales porque es el ejemplo que reciben de sus padres/madres. Que no es un bueno permitir que la homosexualidad se vea como algo “normal”. Y con respecto a estas “justificaciones”, debo admitir que soy la más grande opositora. Ahora les explico el por qué, pero vamos paso por paso:

1) Que el fin último del matrimonio es procrear y perpetuar la especie. Si el fin último del matrimonio fuera sólo procrear y perpetuar la especie, entonces las parejas que deciden no tener hijos, también estarían atentando contra el matrimonio. ¿O no? Según mi humilde entender, las personas se casan porque se aman y desean estar juntas. Un matrimonio se origina por amor y no por el afán de procrear. El tener hijos es una consecuencia del amor de dos personas que comparten algo más que la cama. Y entonces, si dos personas se aman y desean estar juntas y compartir “en las buenas y en las malas”, el sexo de las personas sale sobrando

2) Que si se permite que los homosexuales adopten niños, éstos serán homosexuales. Qué mentira más grande. Si esto fuera cierto, los hijos serían la copia exacta de lo que son sus padres. Y eso haría que los hijos de los alcohólicos, drogadictos, violadores, golpeadores, exitosos empresarios o excelentes deportistas fueran exactamente lo mismo que sus padres. Sin elección, sin escapatoria, sin lugar a dudas. Al menos a mí, me suena tonto cuando lo veo de esa manera. Porque conozco hijos de padres golpeadores que jamás le han puesto un dedo encima a nadie. Y conozco también hijos de exitosos empresarios que son unas lacras sociales. El ser humano nace con la capacidad de elegir. Y el ejemplo de los padres influye, pero no arrastra.

En muchos casos, la determinación de las preferencias sexuales se le atribuye a la educación que han recibido las personas. Que si en casa o en la escuela se les enseñó esto o aquello. Otras veces, se le atribuye a la religión que profesan. En mi opinión, no tiene que ver ni con una ni con otra. Tal vez influye, pero incluso dentro de la misma familia, educada bajo los mismos criterios, preceptos y religión, los miembros pueden tener preferencias sexuales diferentes. Porque las personas homosexuales, provienen de personas heterosexuales. Así es que las preferencias sexuales, al menos para mí, no son algo que se enseñe ni que se herede. Simplemente, es como la inteligencia. Hay personas inteligentes y otras… no tanto

3) Que no es un bueno permitir que la homosexualidad se vea como algo “normal”. Primero habría que definir “normal”. Porque lo que es normal para mí, puede no serlo normal para alguien más. La “normalidad” depende de la cultura en la que se vive, de lo que sucede de manera cotidiana en nuestras vidas. En México, es normal que por el tráfico, el tiempo que lleva trasladarse del hogar al trabajo sea de aproximadamente 1.5 horas diarias. En ciertos lugares de Europa, si te toma más de 45 minutos en llegar a tu trabajo, estás loco y deberías considerar mudarte más cerca. Otro ejemplo. Para las culturas occidentales, lo normal es que el concepto de belleza de una mujer esté ligado a un cuerpo esbelto, busto mediano-grande, pompas y ojos grandes, dientes derechos, sonrisa amplica, labios carnosos, nariz respingada, cabello sedoso. En África, los senos caídos y la nariz ancha son sinónimos de belleza. Y para los árabes, una mujer delgada es sinónimo de un marido que no la alimenta bien. En cambio, las mujeres robustas (rellenitas, pues) son un orgullo para sus maridos, que demuestran con el cuerpo de sus mujeres que sí saben “mantenerlas bien alimentadas” (además de que una mujer de caderas anchas, siempre es preferida a una de caderas estrechas, ya que son mejores a la hora de parir). Entonces, ¿qué es normal? Depende de cuáles sean tus hábitos.

Y por si a estas alturas del post se lo preguntaban, no. No soy gay. Como ustedes saben, soy una persona que ama profundamente la libertad. De ser, de hacer, de crecer, de pensar, de decir. La libertad en toda su expresión. Como me gusta decir siempre “cada quien sus gustos y sus perversiones”.

Mi amor por la libertad sumado a mi afán justiciero, me hacen una ferviente simpatizante de las personas homosexuales. Primero, porque creo que las personas son libres de decidir a quién amar, siendo el sexo lo menos importante. Y segundo, porque me provoca un gran enojo la discriminación de la que son objeto los homosexuales. Y me sale lo defensora y lo justiciera.

Como bien dijo Benito Juárez, cada quien es libre de hacer de su vida un papalote, siempre y cuando no afecte los derechos de otras personas.

Dicen que la esclavitud es cosa del siglo pasado. Pero aún vivimos esclavos de la intolerancia, de la injusticia, de los prejuicios, de información que se difunde sin responsabilidad en los medios de comunicación (e.g. Esteban Arce).

Se supone que en el siglo 21, vivimos en la era de la libertad. Y ustedes, ¿cómo ven? ¿Vivimos realmente libres?

marzo 03, 2010

Mudanzas

No me gusta Lupe D’Alessio. Nunca me ha caído bien y sus canciones me parecen casi siempre, de mujer ardida más que de feminista liberada. Pero estos días he recordado la canción Mudanzas, más por el título que por la letra.

Acabo de cambiarme a mi nuevo hogar y nunca antes me había mudado de casa. Bueno, mis papás se mudaron de departamento cuando yo tenía 1 año y después nos cambiamos a la casa donde viví por 23 años cuando yo tenía sólo 3. Así es que prácticamente, no me acuerdo de nada.

Las mudanzas, para una persona histérica y controladora como yo, pueden resultar una experiencia altamente frustrante. Y si a eso le sumamos que soy una persona con mala suerte por naturaleza, la mudanza podría resultar caótica. ¿Les cuento cómo?

La entrega final
Todo empezó cuando programamos la entrega de nuestro departamento. Una semana antes de la fecha acordada, mi marido y yo revisamos el departamento y entregamos una lista de detalles que supuestamente las personas de la inmobiliaria ya tenían en sus listas de pendientes. Nosotros les dijimos que era “para estar seguros” que el día de la entrega todo estuviera perfecto. Y como era de esperarse, el día que nos entregaron en vez de los “5 detalles máximo” que según las personas de la inmobiliaria tendrían que arreglar, tuvimos una lista de 10. Cuando les mencioné por teléfono que Lou y yo íbamos a revisar el departamento con lupa, no estaba bromeando. Revisamos cada rincón, escudriñamos cada acabado. Y así fue saliendo detalle tras detalle. Desde una puerta abollada hasta el piso laminado con hendiduras en ambos cuartos. Fatales los de la inmobiliaria.

Nuestro refrigerador y lavasecadora, los compramos con 7 meses de anticipación. Obviamente, los del almacén ya no querían guardarlos ni un segundo más y tuvimos que recibirlos en el departamento antes de la entrega. Así es que al menos , esa parte estaba lista.

A-la-sala
La sala también las pagamos con 7 meses de anticipación, pero con ellos hubo tropezones varios. Primero, en noviembre me llamaron para decirme que mi sala estaba lista. Pero, ¿cómo va a estar lista si yo la pedí para entregar en Enero? Le dije al señor vendedor. Total, les regresé su sala, que además no era la que yo había pedido. Y quedamos en que yo les confirmaba mi fecha de entrega. En enero, les confirmé que la quería para los primeros días de febrero y justo un día antes de la fecha pactada, me llamaron para decir que no la habían terminado. Bueno, al fin que yo me cambiaba hasta mediados de febrero. Una semana después, llamaron para decirme que aún no estaba lista, que la entregarían una semana después. Hice un poco de coraje, pero quedaron muy formales con la entrega para una semana después. Y ahí estábamos Lou y yo, después de recibir nuestro departamento, esperando la puntual llegada de la sala a las 6 de la tarde. Pero no llegaron. En cambio, me llamaron para decirme (una vez más) que mi sala todavía no la terminaban y que la entregarían al día siguiente. Casi los mato. Alcé la voz, los llamé irresponsables, empresa poco seria, impuntuales y todos los adjetivos insultantes pero políticamente correctos que se me vinieron a la cabeza.

Al día siguiente, llegaron tarde, pero llegaron. Sin embargo, la mesa del centro no era la que yo había pedido. Así es que va de vuelta. Después de platicarlo con mi marido y evaluar nuestras opciones y posibles contratiempos al regresarla, decidimos quedarnos con la que nos habían enviado. Total, se parecía al mueble de la T.V.

Donde comes, guardas, duermes
El comedor, trinchador y recámara estaban en casa de mis suegros. Así es que programé una mudanza para que se llevaran los muebles más pesados. Primero, sólo tenían que llevarse el colchón King size (bajarlo del primer piso a la planta baja) y el trinchador (bajarlo del primer piso y medio a la planta baja). Y volar el colchón al departamento (en un tercer piso). Después descubrimos que el colchón cabía en el elevador. Así es que les cambié la volada del colchón por llevarse la mesa desarmada del comedor. Precio, hora y lugar acordados. Genial. El día de la mudanza, una hora antes de lo acordado, me llamaron para preguntar si Interlomas quedaba por Satélite. Oh-por-Dios. Mi marido les dio indicaciones de cómo llegar y después los “mudanceros” empezaron a discutir el precio. Que si los muebles eran pesados, que si se habían confundido de piso, que no sabían que había que bajarlos y blablabla. Después de mucho discutir, quedamos en pagarles 250 pesos extras. ¡Y ni uno más! Finalmente, desquitaron el dinerito extra, porque al llegar al departamento, su camioneta no pasaba por la entrada y tuvieron que cargar los muebles hasta el sótano uno. Touché. Eso les pasa por encajosos.

Sin te-ve no hay paraíso
Contratamos cable, teléfono e internet con mucha anticipación a nuestra entrega para evitar en lo posible los días de espera sin estos servicios. Y de acuerdo a nuestra planeación, sólo pasaríamos una semana sin ellos.

Llegó el día y los instaladores de Cablevisión asistieron puntuales a la cita. La mala noticia es que después de buscar por una hora “la guía” que llegara a “la vertical” (en palabras humanas, el tubito por el que pueden meter su cable y que llega a la conexión principal del edificio) tuvimos que llamar al arquitecto encargado. Este señor, trajo los planos de todas las conexiones del departamento, sólo para descubrir que efectivamente, no habían cableado mi departamento. Muy apenado conmigo (después de escucharme reclamarle todo lo que pude) el Arquitecto se comprometió a hacer todo el lunes a primera hora para que ese mismo día quedara listo. La mala noticia es que cablevisión nos reagendó hasta 8 días después. Genial, una semana más sin servicios de telefonía, red o televisión de paga.

Y aparte de las tres amargas experiencias pasadas, siempre hay al menos 5 cosas más que pueden salir (y que nos salieron) mal en una mudanza:

1) Que el elevador de carga desaparezca misteriosamente y tengas que subir a buscarlo piso por piso

2) Que cuando al fin encontraste el elevador de servicio, se vaya la luz justo cuando están intentando subir el colchón

3) Que llamen a las 11 para confirmar la entrega de las 11. O a las 6 para cancelar la entrega de las 6

4) Que la chapa de seguridad super fancy que compraste no sirva para tu puerta

5) Que al menos 5 personas te pidan el único artículo que no has comprado: una escoba

Por eso en este asunto de mudanzas yo recomiendo dos cucharaditas de Passiflorine, tres veces al día. Y si todavía tienen, un chorrito de paciencia.

febrero 12, 2010

Desencuentros Deportivos

Platicando sobre mi vida de estudiante con Chozy-Frozy, la novia de mi hermano, recordé cuál era la materia más difícil, complicada e imposible de exentar (impartida por la elite más malévola, perversa y cruel de todo el mundo): educación física. O como en mi escuela le llamaban: la clase de deportes.

Durante toda mi vida de estudiante de la educación obligatoria (es decir: primaria, secundaria y preparatoria) viví una serie de eventos desafortunados mientras hacía “deportes”. In memoriam de mi época de estudiante y como homenaje a la materia de educación física, les presento mi top 3 de los desencuentros deportivos:

Primer desencuentro: La cara de imán

Sucedió en la primaria, mientras jugábamos “quemados” (para los que no lo saben, es la versión escolar del baseball. Es decir, hay dos equipos que deben anotar el mayor número de “home runs”. La diferencia es que se juega con un balón que se patea y no con un bat).

Antes de contarles mi amarga experiencia, deben saber que mi cara tiene un cierto imán para las pelotas. Por alguna razón, no importa de qué deporte se trate, siempre terminan dándome un buen golpe “en la jeta”. Y este primer desencuentro, no fue la excepción. El balón me dio tan duro en la cara, que me dejó como un monstruo: el ojo y la boca hinchados y por supuesto la nariz sangrante. Y además salí regañada. El profesor de deportes me bajó puntos de mi calificación porque el equipo azul perdió por mi culpa. Y yo, terminé en la enfermería con tapones en la nariz, pomada de árnica en la mitad de la cara y un espantoso 80 en la clase de deportes (e irónicamente 100 en la de matemáticas).

Segundo desencuentro: Johanna y el juego prohibido

Fue en la secundaria. En esta linda época de pubertad, en la escuela ya nos permitían elegir (de una lista predefinida) qué deporte queríamos practicar como parte de las actividades de la materia de Educación Física. Y como la clase de Jazz ya estaba llena (¡bailar sí que me gusta!) me inscribí a Volley-Ball. Y era más mala que las decisiones de Vicente Fox. Pero eso no se reflejaba en la calificación, lo importante era “echarle ganitas”. Además, mi profesor era un bombón. Se vestía como renegado y llegaba a la escuela en moto. Lo malo es que tenía como 60 años y se dejaba barba de Jesucristo Superestrella. De hecho, mis amigas y yo lo llamábamos “Jesus Christ”. Y mi desencuentro fue algo realmente curioso. En una de las clases, éramos muy pocas alumnos (los demás habían faltado a la clase por causas aún desconocidas). Entonces, mi profesor Jesus Christ, decidió que nos juntáramos con los alumnos de la clase de Basket-Ball (que también eran pocos) y para no herir susceptibilidades de ninguno de los dos grupos, empezamos a jugar quemados (sí, lo sé…ese juego está prohibido para mí). Yo, por supuesto no quería jugar así es que fingí dolor de cabeza y me senté en la bardita a observar. De pronto, vi venir un balón hacia mi cara a toda velocidad (les digo que tiene imán). Lo único que atiné a hacer fue meter mi mano y desviar el balón. La buena noticia, es que el balón no me pegó en la cara. La mala noticia es que me fisuró el dedo anular derecho. La otra buena noticia es que soy zurda, así es que no me afectó en casi nada. Lo malo fue que tuve que traer el dedo entablillado y morado por un mes.

Tercer desencuentro: La vida es mejor bailando

Me pasó en la preparatoria, cuando por fin, logré inscribirme a la clase de Jazz como parte de las actividades de Educación Física. Y como no todo en esta vida es mágico y maravilloso, las coreografías nunca me salían. Creo que bailar todos los ritmos latinos se me da muy bien. Puedo menear las caderas con cadencia y mejor aún, coordinarlas con mis pies… siempre y cuando no sea una coreografía tipo Britney Spears o Spice Girls. Porque mis pies se convierten en mi peor enemigo y me hacen bailar con la gracia de un hipopótamo, como los de la película de Fantasía. Por supuesto, la mayor parte de las alumnas (no había niños en la clase) eran buenísimas con las coreografías porque bailaban en el concurso de intercolegiales (un concurso de coreografías donde los grupos eligen un tema y bailan y se caracterizan de acuerdo a éste). Evidentemente, la maestra las amaba. Y a mí (y a otras cuantas poco agraciadas) nos odiaba. Y mi calificación oscilaba entre los 70s y los 80s. Así es que por mis bajas calificaciones, tuve que presentar examen final de Jazz (exenté todas las materias, incluidas Matemáticas, pero tuve que hacer examen de “deportes”… eso fue lo patético del asunto). Y el examen consistió en una hora seguida de hacer abdominales tipo crunch. Una hora, acostada en el piso duro de duela, haciendo abdominales hasta decir basta. Fueron los 3,600 segundos más largos de mi vida. Y también los más dolorosos. Como éramos pocas, la maestra nos vigiló cada segundo de la clase y no pude parar ni un momento de hacer abdominales. Después de la clase, estuve casi imposibilitada para moverme. Y no sólo eso, tuve la espalda y el abdomen deshechos, aún cuando tomé analgésicos y desinflamatorios por más de una semana.

Como ya habrán notado, desde el primer momento supe, que lo mío, lo mío, definitivamente no eran las actividades físicas. Y por eso me dediqué a cultivarme en lo intelectual (algo tenía que hacer bien, ¿no?). Después de todo, tenía dos buenos argumentos para justificarme: (1) no quería ser maestra de educación física porque no gusto de torturar a las personas y (2) en la universidad y en el trabajo, lo más cercano a la educación física es el levantamiento de tarro. Y ese me sale muy bien. Aunque en vez de cerveza, lo llene con agua de jamaica.

P.d. Querid@ lector@: Creo que olvidé comentarlo en alguna ocasión. Siempre respondo a tus comentarios de alguna manera. Si no cuento con tu correo electrónico, puedes buscar tu respuesta en la misma sección de “comentarios”. Los comentarios son el alimento del blogger. Pancita llena y corazón contento. Gracias por compartir.

febrero 03, 2010

Dale, dale, dale... ¡no pierdas el tino!

Que me tome 1.5 litros de agua espaciados por media hora para que me puedan hacer el ultrasonido pélvico. No se asusten. Ni estoy embarazada ni el ultrasonido te lo hacen tan abajo. Como no me sentía bien, ni con la ayuda de Doña J fui al mejor doctor que se me ocurrió: mi ginecóloga. Le conté de mis dolencias y ella me mandó a hacerme 3 ultrasonidos y una placa de tórax. Y ahí me tienen, acudiendo voluntariamente a que violen mi privacidad. Una enfermera me recibió para darme indicaciones: "Para la placa de tórax, el ultrasonido mamario y el de abdomen superior, se quita TODA su ropa de la cintura para arriba y se pone esta batita” – me dijo. Creo que de sólo pensarlo me sonrojé. Odio estas batitas con más abertura que tela y que yo gusto de llamar “batitas de sóplale y surprise” ¿Qué sentirán las mujeres de la vida galante al enseñarle los pechos a un completo extraño? Porque yo me sentí invadida y apenada por la sola idea. Es más, creo que estudios como estos, debieron ser utilizados como instrumentos de tortura medieval.

Ya en el ultrasonido, el doctor me dijo “le voy a pedir que se descubra primero el seno derecho y luego el izquierdo. Le voy a poner gel tibio para poder ver con este aparatito”. Ustedes no estuvieron ahí (¡gracias a Dios!) pero pueden estar seguros de dos cosas: 1) el gel estaba tan tibio como mis pies en el día más frío de invierno después de caminar descalza por los pisos de mármol de mi casa y 2) el doctor ha visto tantas tetas en su vida que las mías no causaron ningún efecto en él.

Total, mis ultrasonidos y placa salieron perfectos. Estoy más sana que nada. Pero como los malestares seguían, pasamos al nivel de tortura No. 2: los análisis de sangre. Desde pequeña odio las agujas y huyo de ellas (excepto si las utilizo para bordar). Hasta esta ocasión, en que puse todas mis esperanzas en mi sangre para darles a los doctores una pista sobre qué es lo que me pasa. Porque a mi parecer, todos estaban dando palos de ciego.

Nunca he sido una gran coleccionista, pero desde que empezaron mis malestares, colecciono diagnósticos médicos (y las deudas $ correspondientes). Y como cada médico que visito vota por una o dos enfermedades diferentes, a la fecha tengo 7 nominaciones:

- Ataques de ansiedad por el Dr. Texas Cowboy

- Hipoglucemia por la Dra. Ojitos de las Lomas

- Isquemia por la Dra. Ojitos de las Lomas

- Síndrome Premenstrual por el Dr. Mediocre-Soy-Un de Territorio Vasco

- Contractura Muscular de Pecho por el Dr. Mediocre-Soy-Un de Territorio Vasco

- Arritmia Sinusal por el Dr. Chin-ito

- Trastorno de la Tiroides por el Dr. Chin-ito

Así es que como ven, todos van por caminos diferentes. La más reciente mala noticia (o buena, viéndola desde otra perpsectiva) es que mis análisis de sangre arrojaron resultados perfectamente normales. Y como dice una de mis tías, “qué raro que digan que estoy perfectamente bien, porque yo me siento perfectamente mal”.

Ni hablar. Ni con la sangre ni con los estudios se ponen de acuerdo y logran dar con la raíz de mis malestares. Es una de esas ocasiones en que la decisión final, es mía. Yo puedo elegir qué enfermedad me gustaría tener. Y sólo por esta ocasión, yo decido no tener ninguna.

Ya que la medicina tradicional y la medicina alternativa no me dan soluciones, probaré con el poder de la mente. Al más puro estilo de la peli “El Secreto”. Lo mejor de todo es que el diagnóstico y los medicamentos son totalmente gratuitos. Me receto a mi misma dos cápsulas de positivismo tres veces al día, una cucharadita de alegría todas las mañanas y en caso de presentar algún malestar, un beso de mi marido en la zona afectada. Amén.

enero 26, 2010

Zapatito blanco, zapatito azul... dime ¿cuántos pares tienes tú?

Estoy empezando a empacar algunas de mis cosas. Pronto voy a mudarme a mi departamento con Lou. Debimos haberlo hecho hace tiempo, pero con la burocracia de los trámites y los mil y un “peros” del banco, se nos ha retrasado la mudanza casi dos meses.


El sábado pasado compré unas cajas de plástico que caben perfectamente debajo de la cama. Decidí guardar ahí algunos de mis zapatos, ya que no contamos con tanto espacio en nuestros nuevos clósets (y me parecía muy fea la idea de dejar a mi marido sin lugar para sus zapatos).

El primer dilema fue cómo acomodarlos. Tenía dos cajas, y podía guardarlos de diferentes maneras:

1) En orden de preferencia: los que me gustan más, los que me gustan menos
2) Por frecuencia de uso: los que uso más de una vez a la semana, los que uso una vez al mes, los que uso sólo en ocasiones especiales
3) Por tipo de zapato: los de tacón, los de piso, las botas, los tennis, las chanclas
4) Por colores: negros, cafés, rosas, rojos, blancos, azules, combinados
5) Por material de fabricación: los de plástico, los de piel, los de plastipiel, los de tela, los de charol
6) Por tamaño del tacón: los de tacón alto, los de tacón mediano, los de tacón bajo, los de piso
7) Por tipo de tacón: los de tacón de aguja, los de tacón de copa, los de tacón de “pata de elefante”, los que no tienen tacón
8) Por estampado: lisos, de cuadros, de rayas, con manchas, moteados
9) Por antigüedad: los más nuevos, los semi-nuevos, los usados, los de antaño
10) Por comodidad: los que son ultra cómodos, los que se ajustan bien, los que aprietan un poco...

Decidí acomodarlos por frecuencia de uso. Y empecé a vaciar mi zapatera: uno, dos, tres…once… diecisiete… veinticinco… treinta y seis, treinta y siete. Tengo 37 pares de zapatos de todos los tipos y colores. Mi marido se quedó perplejo mirando mi pequeño tesoro y preguntándose a sí mismo (estoy segura de eso) cómo era posible que yo hubiera dicho en algún momento de mi vida “que me hacían falta zapatos”.

Lo que pasa es que él, como buen hombre, sólo tiene 5 pares de zapatos: los negros, los cafés, los mocasines, un par de tenis y las chanclas de playa. Justo lo necesario para sobrevivir.

Las mujeres como yo, en cambio, atesoramos los zapatos. Cada uno tiene su historia y un lazo sentimental, que me une a ellos. Tengo los zapatos de fiesta, que me han acompañado a eventos importantes como mi graduación y la boda de algunos amigos. Con esos zapatos, conocí a mi marido. También tengo las botas que me compró mi papá el fin de semana que me tiré a la desgracia cuando corté con uno de mis ex novios. El par de tenis que pagué con mi primer sueldo. Los zapatos de Nine West con los que por primera vez me dijeron que tenía bonitas piernas. Los zapatos de madera que rara vez uso porque son como una tortura para mis pies, pero que lucen espectaculares. Los zapatos de colores que sólo uso con una falda en particular o los zapatos de piso que son lo más parecido a unas zapatillas de ballet que desde niña siempre quise tener.

Además, comprar zapatos es la terapia emocional más efectiva. No es por la compra en sí misma, es más bien su efecto colateral. Los zapatos, especialmente los de tacón alto, me hacen sentir femenina, arreglada, simplemente linda. Un bonito par de tacones es el bien material más cercano a un buen piropo que podemos regalarnos a nosotras mismas.

Mis deseos de autosuficiencia se ven altamente satisfechos por la compra de unos zapatos. Es un apapacho (algo caro) para mí misma. Es una forma de decirme cuán linda puedo verme, aún con el cabello desaliñado.

Si nunca lo han hecho y en alguna ocasión se sienten tristes, preocupad@s, enojad@s o desmotivad@s (y con algún excedente monetario en el bolsillo), inténtenlo. Puede sonar banal... pero, ¡nunca subestimen el poder curativo de unos zapatos!

enero 21, 2010

Hokus Pokus - El Veredicto Final

Pasamos a un cuarto pequeño, pero bien acondicionado: una cama para masajes, una lámpara para dar calor y un biombo, detrás del cual me imaginé, había pócimas, libros y menjurges.

Lou se sentó en una silla al fondo del salón y Doña J me pidió que me sentara en la cama de masajes, sin zapatos. Me senté y Doña J me preguntó mi edad. Tengo 26 años – le dije.

“¡Eres una niña! ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo te has sentido?” – preguntó Doña J. Empecé mi explicación sobre los males que me aquejaban, recordándole de mi dolor en el pecho y la dificultad para respirar (ya se lo había comentado por teléfono, cuando le solicité un cita). De pronto Doña J me interrumpió “no me digas más, no me digas más. Déjame escuchar tu pulso y yo te voy a decir qué es lo que te pasa”

Se acercó y me tomó el pulso, a través del cual dice, puede saber cuáles son los males que me aquejan.

“Eres muy enojona, y todos los corajes se te van a los intestinos. Tienes colitis y gastritis. Tu temperatura de pronto sube y sientes mucho calor. Te gusta tomar las bebidas con mucho hielo. Eres una de esas personas que siempre tienen los pies fríos y las manos calientes. Tus ojos están a punto de tener una conjuntivitis o una infección. Eres una persona extremadamente ansiosa y tu mente nunca para, todo el tiempo estás pensando. Por eso, sueles estar tan cansada siempre” - dijo Doña J.

Básicamente le atinó a todo. Excepto a que me gustan las bebidas con mucho hielo. Quienes me conocen bien, saben que me gusta la naranjada y que mi frase favorita al pedírsela a un mesero es “Naranjada con agua natural y un solo hielo”.

En fin, sentí como si me estuvieran leyendo las cartas. Mi parte favorita es que me llamó enojona. Me río mucho cuando me llaman así, porque yo prefiero autodenominarme como una persona “fácilmente alterable”. Que a fin de cuentas es lo mismo, pero a mi modo, suena más elegante y menos contundente.

Y de todos los descubrimientos de Doña J, el más grande para mi, fue que mi mente nunca para. A raíz de este comentario he platicado con varias personas que me confirman, pueden poner su mente en blanco. “No piensas en nada, sólo existes. Es como quedarte viendo fijamente una pared blanca” – me dicen. Lo extraño es que si yo me imagino una pared blanca, no puedo sólo imaginarme viéndola. Invento historias alrededor de la pared, e incluso no puedo quedarme quieta y dibujo en ella. Yo acabo de bautizar a este síndrome como “Hiperactividad Mental”. Soy un ente flojo físicamente, pero muy activo de pensamiento.

En fin. El veredicto de Doña J para mis males fue: masaje y acupuntura. El masaje para los dolores del cuerpo y la acupuntura para los males del alma.

Primero el masaje. Doña J descubrió que tengo tantos nudos en la espalda como el macramé de mi abuela. E intentó deshacerlos con un masaje profundo. Me amasó la espalda y cuello durante casi media hora, que a mí me supieron a gloria.

Después, la acupuntura. “Tres agujas para el hígado, para que dejes de ser tan enojona y el resto para disminuir la ansiedad” – me dijo. Me repartió los piquetes por todo el cuerpo: en las manos, pies, cabeza y ojo (no se asusten, me refiero al tercer ojo, el de la frente). La sensación que provocan las agujas (aparte de que los piquetes sí duelen) es como de corriente eléctrica pasando por todo el cuerpo. Me dejó con las agujas otra media hora y después me las retiró.

¿Cómo te sientes? – me preguntó Doña J

Tranquila. Pero aún me duele el pecho. Justo sobre el esternón. – le dije

Doña J me pidió que me recostara de nuevo. Hizo sonar una campanita encima de todo mi cuerpo y me dijo que mi energía era extraña. “¿Te has peleado con alguien últimamente? Porque pareciera que tu energía dice que hay alguien quiere hacerte daño”. “No que yo recuerde” – le respondí. “Discutí con mi hermano pequeño, pero no creo que quiera hacerme algo malo”. Doña J no dijo nada y me tocó el pecho para sentir “el mal” y después me dijo “Te duele el esternón porque tienes muchos sentimientos guardados. Vamos a tener que moxarte”.

¿Moxarme? Suena como a grosería. "¿Y qué es eso de moxar”- le pregunté. “Es una técnica que utiliza los mismos puntos de acupuntura. Se calienta el punto a tratar con moxa, que es como un habano hecho de una hierba llamada Artemisa. Se siente como una quemadura de cigarro, pero no te voy a quemar. Ayuda a que fluya la energía”.

Nunca antes me quemé con un cigarro, así es que no me asusté demasiado. Y en verdad Doña J no me quemó. Sólo sentía muy caliente, y en ese momento, ella retiraba el “habano de moxa”. Y después de “moxarme” el esternón, quedé lista para ir a mi casa. ¿Siguiente cita? Dentro de una semana.

Lo cierto es que no volví. Al día siguiente, me sentí aún peor del dolor de pecho. En mi mundo racional, el calor de la “moxación” me ayudó a disminuir temporalmente el dolor. Al igual que hubieran hecho algunas compresas de agua caliente. Pero después se enfrío y el dolor volvió. Mi mente macabra aún no alcanza a comprender cómo guardar sentimientos podría causarme tal dolor. Y cómo hay alguien que quiera hacerme tanto daño, si yo no le he hecho mal a nadie.

Así es que como buena mujer de ciencia y fanática de la razón, al día siguiente fui al médico. El resultado de mi visita fue, a pesar de todo, positivo: 5 nuevas medicinas, 4 estudios especializados y un nuevo post (próximamente).

enero 18, 2010

Hokus Pokus - Primer encuentro

Se nos hizo temprano. Pasé por Lou, mi marido, a su oficina a las 5:30 y a las 6:15 ya estábamos ahí.


Nos paramos en un callejón oscuro, casi a un lado de la calle cerrada donde se encontraba la casa. Lou se bajó a “echarme aguas” (no me caracterizo por ser muy ducha al volante). Y con eso de que la calle estaba tan apretada, tuve que estacionar el coche casi rayando el costado derecho con la pared.

El rumbo y el tipo de gente que pasaba por la calle me dieron un poco de miedo. Gracias a la paranoia con la que vivimos en esta ciudad, decidí que lo mejor era bajarnos del coche y adelantar nuestra visita. Total, Doña J seguro tenía un lugar donde pudiéramos esperar… a salvo.

Estaba oscureciendo cuando empezamos a caminar hacia la calle cerrada donde nos esperaba Doña J. Pasamos junto a una patrulla y los policías nos saludaron (extrañamente, no me sentí mejor. De hecho tuve un súbito impulso de caminar más rápido). Apreté la mano de mi marido fuertemente porque de pronto sentí escalofríos. ¿Quieres que nos vayamos? – Me preguntó Lou. “Ya estamos aquí. Mejor vamos y a ver qué pasa”.

Mi “asuntito” con Doña J se remonta al mes de Diciembre, porque desde entonces no me había sentido muy bien. Hace algunas semanas, mientras me tomaba unas merecidas vacaciones, sufrí un ataque de ansiedad. Empecé a experimentar una angustia intensa y sentir que la que pensaba no era yo. Al día siguiente, palpitaciones, dolor en el pecho, sentimiento de opresión que me impedía respirar a mis anchas. Y por la noche, se ponía peor. Mi marido decidió llevarme al doctor. Me revisaron e hicieron un electrocardiograma. El doctor dijo que mi corazón estaba bien. Todos los síntomas eran causados por mis nervios, por el estilo de vida que suelo llevar. Me recetaron tranquilizantes, pero no quise tomarlos. Y de pronto comencé a sentirme mejor. El problema fue que dos semanas más tarde, tuve un segundo episodio de ansiedad, de peor intensidad que el primero.

Cansada de tomar medicinas y más medicinas, decidí probar la medicina alternativa. Mi prima, Escritora Sexy, me recomendó a Doña J. Es una terapeuta invidente, que según dicen, hace maravillas con acupuntura y masajes.

Doña J me dio cita para el jueves a las 19:30 hrs. Y ahí estábamos Lou y yo, tocando a su puerta con más de una hora de anticipación. Yo, con un poco de miedo. Lou, cuidándome y acompañándome como siempre.

Tocamos el timbre. Doña J nos recibió y nos hizo pasar a su sala. Tendríamos que esperar hasta la hora de mi cita porque tenía otros pacientes.

En la sala, estaba sentado un señor de unos 50 años que hablaba por celular sobre muestras y materiales de laboratorio. Al otro sillón, el clásico “Love Seat” (entendí porqué lo llamaban así hasta que compré mi sala) le faltaba un cojín. Así es que Lou y yo, nos sentamos como pudimos en el asiento que quedaba entero. Junto a nosotros había un refrigerador, una televisión antiquísima (casi, casi de bulbos) colocada junto a una pantalla de plasma de mucho mayor tamaño y un aparato multifuncional para hacer ejercicio, de esos que venden por televisión. En la mesita del centro había una escultura de tortuga, con una concha que asemejaba una máscara decorada con pedrería de fantasía.

El señor del celular colgó de pronto y comenzó a trabajar en su lap-top. Puso música tristísima que sumada a la luz blanca y escasa de los focos, contribuyó a mi estado emocional triste-preocupado.

Frente a nosotros había una puerta con labrados rojos de madera: dos patos y una luna. ¿A dónde llevará esa puerta? ¿En qué lío me metí? – Pensé de pronto. ¿Y si algo malo nos pasa? ¿Si nos asaltan saliendo de aquí? Para aumentar mi preocupación, Lou, que siempre utiliza jeans y playera para ir a trabajar, ese día iba vestido de traje y corbata, bien peinado, guapísimo. “No, pues ni cómo ayudarme. Nadie me va a creer que somos pobres y no tenemos nada que dar”.

Mientras apretaba cada vez más fuerte la mano de Lou me preguntaba a mi misma: “¿Será buena opción la terapia alternativa? ¿Y si mejor salimos corriendo? De pronto, se abrió la puerta principal y entró Doña J. Usaba lentes oscuros y a pesar de su ceguera, se movía en la casa como pez en el agua. Como si su tercer ojo tuviera mejor vista que los de Lou y los míos juntos.

“Pásense por acá. Ya los atiendo” – dijo Doña J.
Lou y yo nos levantamos y tomados de la mano, la seguimos.

Doña J abrió la puerta de un cuartito y nos invitó a pasar. Aún tomada de la mando de mi marido y con el corazón un poco acelerado, cerré los ojos y entré...

Continuará…

enero 12, 2010

Un año diferente

Diciembre es mi mes favorito. La Navidad y el Año Nuevo son el pretexto perfecto para ver a mi hermosa familia extendida una y otra vez, para intercambiar regalos, para reunirme con personas que hacía mucho tiempo no veía. También son el pretexto perfecto para comer como troglodita un sinfín de platillos estacionales exquisitos y después “empezar bien” el siguiente año poniéndome a dieta.

El pasado mes de Diciembre, tuve una Navidad y Año Nuevo diferentes. Normalmente, suelo quedarme en México en ambas fechas, realizando el acostumbrado viaje relámpago a USA entre el 25 y el 30 de diciembre.

Este año, mi primer año de casada, pasé Navidad en San Luis Potosí con la familia de mi marido. Y después viajamos juntos a USA para pasar Año Nuevo con mi familia. Ésta fue la primera vez que mis papás, hermanos y yo no estamos en México para Año Nuevo, compartiendo como siempre con mis primos, sobrinos, tíos y anexos.

Y ya que los planes no eran los mismos de cada año, decidimos hacer las cosas aún más diferentes. En vez de la clásica cena donde todos nos arreglamos, hicimos la Pijamada de Año Nuevo.

Despedimos el 2009 y recibimos al 2010 calientitos, en pijama, frente a la chimenea. No comimos 12 uvas, una con cada campanada, porque en USA no existe la clásica transmisión donde los artistas famosos participan en la cuenta regresiva de las campanadas: 10, 9, 8… ¡feliz año nuevo!

Nos dimos un abrazo menos efusivo de lo normal. Nos acostamos temprano. Después de todo, no había escoba y las maletas estaban tan llenas y pesadas que salir al bosque a dar la vuelta corriendo, con el frío que hacía afuera, no sonaba ni siquiera un poco tentador.

Internamente, me resistía un poco a este cambio. Pero después pensé que experimentar algo nuevo sería positivo. Ya sea para descubrir que los nuevos planes también son divertidos o para valorar las tradiciones de toda la vida.

Y sí. Extrañé a mi familia extendida, su alegría, sus abrazos, las voces hablando al unísono, los tantos buenos deseos que nos expresamos.

Y también descubrí que si quieres tener un año diferente, tienes que hacer cosas diferentes. Este año, empezamos con un nuevo plan. Es un buen paso para cambiar la suerte. Y ahora sólo esperemos que el 2010, más que ser un año de cambio, sea un año de evolución en todos los sentidos para todos y cada uno de nosotros.

Les deseo que tengan un buen año, lleno de sorpresas agradables, metas cumplidas y sueños alcanzados. Que el 2010 represente una evolución en sus vidas. Sea lo que sea que eso signifique para cada quién.

enero 05, 2010

Mucho ruido y pocas nueces

Hace poco, en mi madrugadora travesía al trabajo, me encontré con una interminable fila de coches intentando incorporarse a los carriles laterales del periférico. Así es que en medio de mi aburrimiento y la frustración de encontrarme atrapada entre microbuses, combis, peatones y conductores histéricos (como yo), me pues a reflexionar sobre el tráfico en la Ciudad más grande del mundo.

El tráfico en el Distrito Federal y zona metropolitana es cosa de la vida diaria desde hace varios ayeres. Incluso, la extraña ocasión en que no hay tráfico, siempre creo que algo malo sucedió (paradójicamente, pienso lo mismo cuando hay demasiado tráfico). Y lo más frustrante es cuando tengo que esperar horas avanzando a velocidad caracol, sólo para descubrir que el tráfico, las filas y la contaminación auditiva causada por los miles de cláxones tocando al unísono, no tenían razón de ser. Como siempre, ¡mucho ruido y pocas nueces!

Total, que para disminuir el tráfico y con el fin de generar empleos en época de crisis, nuestros gobernantes decidieron construir el segundo piso de periférico Norte. Para los que quizás no lo saben, el Periférico es la vía principal en la zona metropolitana de la Ciudad de México, es un anillo que en un principio rodeaba la ciudad y que debido al desmesurado crecimiento urbano, cada vez nos ha ido quedando más chico. Por ejemplo, recorrer la fabulosa cantidad de 7 kilómetros, que es la distancia de mi casa al lugar donde actualmente trabajo, me lleva entre 30 y 40 minutos dependiendo de los caprichos del tráfico (equivalente a recorrer 100 metros por minuto, lo cual haría mucho más rápido caminando. La única inconveniencia, serían los tacones)

Al ya acostumbrado caos vial, hay que sumarle el desbarajuste provocado por la construcción del segundo piso, ya sea debido al estrechamiento de los carriles o peor aún, por el bloqueo* de entradas de los carriles laterales a los centrales.

Todos creíamos (en verdad teníamos la esperanza) que al terminar la dichosa obra, la situación vial mejoraría. ¡Pero no fue así! Ahora, el tráfico disminuyó en las rectas, pero se ha incrementado en los puntos en los que el segundo piso conecta con otras vías. ¿A poco no tenemos una planeación urbana maravillosa

Y justo cuando el estrés causado por las interminables colas de vehículos parados nos lleva al borde del colapso nervioso y creemos que la cosa ya no podría estar peor, se manifiesta en todo su esplendor el “quinto elemento” de la locura vial: nuestros no-muy-queridos-ni-bien-ponderados conductores de microbuses y combis. Quienes por su increíble potencial como protagonistas, serán tema de otro post.

*Las razones de los bloqueos son variadas: desde las máquinas que utilizaban para construir, malas decisiones de los policías, hasta el olvido de los ingenieros, quienes por las noches, cerraban los carriles centrales por seguridad, y en ocasiones, por la mañana, olvidaban abrirlos nuevamente