agosto 17, 2009

Que pensar no cansa...

A veces siento como si aún viviéramos en la era de la Revolución Industrial. Trabajando jornadas largas, haciendo trabajos extenuantes. Nada más que mi chamba, en vez de ser física, es intelectual. Muchas personas no comprenden cómo es que el trabajo intelectual cansa. “Pero si todo el día te la pasas sentada frente a la computadora. ¿De qué te cansas?” – les gusta preguntar. Mi exterior sonríe, mientras mi cerebro – mi hámster, como le llamo de cariño – ni siquiera chista. Está agotado por las miles de conexiones neuronales que hizo durante el día.

¡Pero si pensar no es tarea fácil! Si todos pudieran hacerlo - y hacerlo bien - yo no estaría aquí. No me pagarían por hacer lo que hago. Y sencillamente, yo no estaría cansada. ¿A poco para cansarse uno necesita cargar cajas, caminar largas distancias o andar de arriba para abajo? ¡Qué percepción tan rara esa de creer firmemente que el trabajo intelectual no es fatigante! Ni modo. Gajes del oficio.

agosto 14, 2009

La pregunta incómoda del Sr. Impresoras

Hace varios días tengo en mente un tema del que quería escribir pero no había encontrado las palabras. Hasta hoy.
En este momento me encuentro en la casa de un paciente. Llevo 2 meses preparándole remedios para una enfermedad clásica del siglo XXI que normalmente tarda de 6 a 18 meses en curar. Así es que todavía estaré en su casa unos 6 meses más. Y para hacerme sentir cómoda, el paciente me asignó una oficina donde puedo preparar mis pociones, tés e infusiones para que se mejore. Y también me asignó una computadora y una impresora, por lo que pudiera ofrecerse.
Para instalarme mi nuevo equipo, el paciente envío al Sr. Impresoras. Él es una de esas personas que trabajan en el área de Sistemas y que te ayudan cuando la tecnología no es amable contigo. El Sr. Impresoras hace un trabajo en particular: te ayuda a mover tu computadora de lugar cuando hay algún cambio de oficina o te conecta y configura el equipo nuevo cuando te lo acaban de asignar. También se encarga de todo lo relacionado con impresiones, desde el tóner hasta proporcionar paquetes de hojas blancas.
En mi primer encuentro con el Sr. Impresoras, cuando vino a instalarme mi equipo nuevo, traté de ser especialmente amable. De entrada, su persona me causó compasión: una persona bajita, de unos 35 años. Por su forma de hablar se nota que no recibió una educación dedicada. Me imaginé que su sueldo no era generoso y sentí algo de pena. Así es que respondí a todas sus preguntas y no esquivé sus interacciones. Me sentí un poco molesta de que empezara a llamarme “Amiga”. Nunca me han gustado las personas extrañas que usan esa palabra para dirigirse a mí y menos cuando lo combinan con el muy formal “oiga”. En fin, recordé la pena que había sentido por él y me aguanté las ganas de ignorarlo. Su última pregunta me incomodó: “¿Es usted soltera?”. A lo cual únicamente asentí con la cabeza. “¡Qué suerte tiene! Así puede hacer lo que quiera. Se puede divertir los fines de semana. Y no tiene que pedirle permiso a nadie”. Este comentario terminó con cualquier pena o compasión que pudiera sentir por él. Simplemente, no fue el comentario adecuado para una mujer feminista por convicción.
Pero lo peor aún no llegaba. Después de nuestra breve interacción, lo empecé a encontrar espiándome en los pasillos. Y aún si lo veía de lejos y apresuraba el paso para esquivarlo, el Sr. Impresoras no dudaba en gritar a todo pulmón “¡Amiga, amiga! ¿Cómo está usted?”. Mi sentido de respeto por cualquier ser viviente, me obligaba a detenerme y responder su saludo, mismo que el Sr. Impresoras siempre completaba con su inadecuado comentario “Oiga, qué suerte tiene de ser soltera. Así puede hacer lo que quiera. Se puede divertir los fines de semana. Y no tiene que pedirle permiso a nadie. ¿O no?”
Después de unas 5 ó 6 interacciones de este estilo, y tomando en cuenta que no puedo ser tan irrespetuosa como para ignorar sus alaridos, decidí esconderme. Por ridícula que parezca, esa ha sido mi estrategia desde hace unas 4 semanas. Y ha funcionado.
Hoy, cuando caminaba por uno de los pasillos, lo vi a lo lejos. Así es que rápidamente, di media vuelta y me refugié en el baño de damas el tiempo suficiente como para que el Sr. Impresoras me dejara el camino libre para volver a mi refugio.
¿Número de interacciones evitadas a la fecha? Aproximadamente 5. ¡Touché!

agosto 13, 2009

Médico Brujo

Mi inspiración es como las olas, va y viene en un ciclo sin fin. Casi siempre alimentada por sucesos de la vida cotidiana, mi inspiración huyó hace algunas semanas. Pero al fin regresó.
Y no siempre regresa en el mejor de los momentos. Es justamente cuando tengo miles de tareas pendientes y preocupaciones importantes cuando a mi errante inspiración se le ocurre volver. Ni modo. Hay que aprovecharla.

Hoy pensé que definir lo que uno hace para ganarse la vida no es tan fácil como pudiera parecer. A veces, las personas me preguntan a qué me dedico. Es una explicación complicada. Después de mucho pensarlo, decidí definirlo como “Médico Brujo… de Empresas”. Las empresas me cuentan qué les duele y yo les digo qué remedio tomar. Sí, esa es la definición más sencilla. Aunque no es un trabajo de médico común. Porque normalmente me quedo en la casa del paciente hasta que se cura, hasta que la medicina hace efecto. ¡Qué doctora más dedicada! – podrían pensar. Pero esta actitud no se debe totalmente a la voluntad propia. Es más bien una situación propiciada y derivada de la relación masoquista que tengo con la empresa para la que trabajo.

Mi patrón – que sería algo así como el líder sindical de los médicos brujos de las empresas - vende el conocimiento y experiencia particular de cada uno de nosotros a los pacientes enfermos. ¡Y nos tenemos que asegurar que se curen! Porque si no se curan, los pacientes no le pagan al líder sindical… y si él no gana, todos los médicos brujos perdemos.

¿Suena fácil? No lo es tanto. A veces nuestro líder sindical nos envía a curar enfermedades que no hemos visto antes, a lidiar con pacientes que no quieren tomarse los remedios que preparamos o a curar enfermos terminales. Mi responsabilidad va desde preparar el remedio hasta convencer al paciente de que se lo tome y asegurarme que se cure. ..

O al menos convencerlo de que se siente mejor.

agosto 12, 2009

La desilusión de los productos milagro

Si alguien ha probado todos y cada uno de los productos que prometen innumerables milagros, como reducir tu cintura de 80 a 70 en 10 minutos, quitar arrugas en 5 días, moldear tu silueta en 1 semana o darte condición física sin esfuerzo en menos de lo que crees… ésa, he sido yo.

¡Pero no crean que mi tendencia compulsiva a comprar soluciones milagrosas surgió de la nada! Como todo en esta vida, tiene una explicación…

Debo confesar que yo soy un ente flojo. Hacer ejercicio, es la penitencia mayor a la que me pueden condenar… o la que yo algunas veces me autosometo. He probado tres deportes en mi vida: Natación, Tae Kwon Do y Kick Boxing. Pero ninguno lo he practicado por más de 2 años. Lo siento, no es algo sostenible para mí. Soy un oso perezoso, me gusta dormir, ver la tele, tomar café, platicar y hacer miles de actividades pasivas, que no me hagan sudar.

Mi más reciente adquisición fue un producto en gel para reducir medidas. Facilísimo. Por la noche te untas el gel caliente en el lugar del cuerpo donde quieres reducir centímetros y a la mañana siguiente, tienes 3 centímetros menos. Por la mañana desechas la grasa cuando vas al baño y después de la ducha usas el gel frío para reafirmar. ¡Listo! Delgadísima en cuestión de días. O al menos, eso decía el envase.

Lo cierto es que llevaba ya tres semanas usando el gel y mi cintura, cadera y piernas seguían igual que antes. Esta situación sumada al hecho de que se acerca un evento importante en mi vida (en el cual evidentemente tengo que verme más flaca que nunca…o que siempre) me obligó a tomar medidas extremas: tuve que volver a hacer ejercicio.

Por suerte, encontré una opción buena, bonita y barata: el método siluetas peligrosas. ¡Y es sólo para mujeres! Eso lo convirtió en una opción interesante, al menos para probarla por un tiempo. Mi hermana, mi mamá, mi tía y mi sobrina ya estaban inscritas. Las escuchaba platicar entre ellas que era un método divertido y que sólo tienes que hacerlo media hora, 3 veces a la semana.

De pronto recordé cuando hace algún tiempo decidí utilizar la corredora que tenemos en mi casa. Corría 30 minutos… que a mí me parecían como 6 horas. No era porque me invadiera un cansancio sobrenatural sino más bien porque el aburrimiento era la única constante. Intenté métodos varios: desde ver la televisión, escuchar música, leer un libro, hasta navegar por internet. Pero nada funcionó. Correr seguía pareciéndome una actividad de lo más tediosa y soporífera. Incluso más que trabajar y ¡eso ya es decir! Después de 2 meses, el saldo era el mismo: cintura 70, cadera 95. La desilusión y el ser perezoso que hay en mí le ganaron la batalla a la Johanna deportista. Y dejé de correr. Este recuerdo le abrió campo al escepticismo que de pronto se apoderó de mí. ¿Media hora? ¡Pero eso es muy poco tiempo! ¡Corrí todos los días, media hora por dos meses y no obtuve ningún resultado! En fin. No me quedaban muchas opciones, así es que decidí ir. Total, ¿qué puede ser peor que la desilusión de los productos milagro?

Hoy llevo dos maravillosas semanas haciendo ejercicio. ¡Las chicas de mi familia tenían razón! El método siluetas peligrosas es muy divertido, y media hora equivale a 3 horas corriendo, porque siempre termino cansadísima, hasta me tiemblan las piernas. ¡Y lo mejor es que he empezado a ver resultados! ¿Hasta dónde podré llegar? ¿Podré cumplir mi sueño de verme como una Femme Fatal? Ya veremos. Espero poder sostener esta nueva costumbre en el largo plazo. Seguiré informando.