enero 26, 2010

Zapatito blanco, zapatito azul... dime ¿cuántos pares tienes tú?

Estoy empezando a empacar algunas de mis cosas. Pronto voy a mudarme a mi departamento con Lou. Debimos haberlo hecho hace tiempo, pero con la burocracia de los trámites y los mil y un “peros” del banco, se nos ha retrasado la mudanza casi dos meses.


El sábado pasado compré unas cajas de plástico que caben perfectamente debajo de la cama. Decidí guardar ahí algunos de mis zapatos, ya que no contamos con tanto espacio en nuestros nuevos clósets (y me parecía muy fea la idea de dejar a mi marido sin lugar para sus zapatos).

El primer dilema fue cómo acomodarlos. Tenía dos cajas, y podía guardarlos de diferentes maneras:

1) En orden de preferencia: los que me gustan más, los que me gustan menos
2) Por frecuencia de uso: los que uso más de una vez a la semana, los que uso una vez al mes, los que uso sólo en ocasiones especiales
3) Por tipo de zapato: los de tacón, los de piso, las botas, los tennis, las chanclas
4) Por colores: negros, cafés, rosas, rojos, blancos, azules, combinados
5) Por material de fabricación: los de plástico, los de piel, los de plastipiel, los de tela, los de charol
6) Por tamaño del tacón: los de tacón alto, los de tacón mediano, los de tacón bajo, los de piso
7) Por tipo de tacón: los de tacón de aguja, los de tacón de copa, los de tacón de “pata de elefante”, los que no tienen tacón
8) Por estampado: lisos, de cuadros, de rayas, con manchas, moteados
9) Por antigüedad: los más nuevos, los semi-nuevos, los usados, los de antaño
10) Por comodidad: los que son ultra cómodos, los que se ajustan bien, los que aprietan un poco...

Decidí acomodarlos por frecuencia de uso. Y empecé a vaciar mi zapatera: uno, dos, tres…once… diecisiete… veinticinco… treinta y seis, treinta y siete. Tengo 37 pares de zapatos de todos los tipos y colores. Mi marido se quedó perplejo mirando mi pequeño tesoro y preguntándose a sí mismo (estoy segura de eso) cómo era posible que yo hubiera dicho en algún momento de mi vida “que me hacían falta zapatos”.

Lo que pasa es que él, como buen hombre, sólo tiene 5 pares de zapatos: los negros, los cafés, los mocasines, un par de tenis y las chanclas de playa. Justo lo necesario para sobrevivir.

Las mujeres como yo, en cambio, atesoramos los zapatos. Cada uno tiene su historia y un lazo sentimental, que me une a ellos. Tengo los zapatos de fiesta, que me han acompañado a eventos importantes como mi graduación y la boda de algunos amigos. Con esos zapatos, conocí a mi marido. También tengo las botas que me compró mi papá el fin de semana que me tiré a la desgracia cuando corté con uno de mis ex novios. El par de tenis que pagué con mi primer sueldo. Los zapatos de Nine West con los que por primera vez me dijeron que tenía bonitas piernas. Los zapatos de madera que rara vez uso porque son como una tortura para mis pies, pero que lucen espectaculares. Los zapatos de colores que sólo uso con una falda en particular o los zapatos de piso que son lo más parecido a unas zapatillas de ballet que desde niña siempre quise tener.

Además, comprar zapatos es la terapia emocional más efectiva. No es por la compra en sí misma, es más bien su efecto colateral. Los zapatos, especialmente los de tacón alto, me hacen sentir femenina, arreglada, simplemente linda. Un bonito par de tacones es el bien material más cercano a un buen piropo que podemos regalarnos a nosotras mismas.

Mis deseos de autosuficiencia se ven altamente satisfechos por la compra de unos zapatos. Es un apapacho (algo caro) para mí misma. Es una forma de decirme cuán linda puedo verme, aún con el cabello desaliñado.

Si nunca lo han hecho y en alguna ocasión se sienten tristes, preocupad@s, enojad@s o desmotivad@s (y con algún excedente monetario en el bolsillo), inténtenlo. Puede sonar banal... pero, ¡nunca subestimen el poder curativo de unos zapatos!

enero 21, 2010

Hokus Pokus - El Veredicto Final

Pasamos a un cuarto pequeño, pero bien acondicionado: una cama para masajes, una lámpara para dar calor y un biombo, detrás del cual me imaginé, había pócimas, libros y menjurges.

Lou se sentó en una silla al fondo del salón y Doña J me pidió que me sentara en la cama de masajes, sin zapatos. Me senté y Doña J me preguntó mi edad. Tengo 26 años – le dije.

“¡Eres una niña! ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo te has sentido?” – preguntó Doña J. Empecé mi explicación sobre los males que me aquejaban, recordándole de mi dolor en el pecho y la dificultad para respirar (ya se lo había comentado por teléfono, cuando le solicité un cita). De pronto Doña J me interrumpió “no me digas más, no me digas más. Déjame escuchar tu pulso y yo te voy a decir qué es lo que te pasa”

Se acercó y me tomó el pulso, a través del cual dice, puede saber cuáles son los males que me aquejan.

“Eres muy enojona, y todos los corajes se te van a los intestinos. Tienes colitis y gastritis. Tu temperatura de pronto sube y sientes mucho calor. Te gusta tomar las bebidas con mucho hielo. Eres una de esas personas que siempre tienen los pies fríos y las manos calientes. Tus ojos están a punto de tener una conjuntivitis o una infección. Eres una persona extremadamente ansiosa y tu mente nunca para, todo el tiempo estás pensando. Por eso, sueles estar tan cansada siempre” - dijo Doña J.

Básicamente le atinó a todo. Excepto a que me gustan las bebidas con mucho hielo. Quienes me conocen bien, saben que me gusta la naranjada y que mi frase favorita al pedírsela a un mesero es “Naranjada con agua natural y un solo hielo”.

En fin, sentí como si me estuvieran leyendo las cartas. Mi parte favorita es que me llamó enojona. Me río mucho cuando me llaman así, porque yo prefiero autodenominarme como una persona “fácilmente alterable”. Que a fin de cuentas es lo mismo, pero a mi modo, suena más elegante y menos contundente.

Y de todos los descubrimientos de Doña J, el más grande para mi, fue que mi mente nunca para. A raíz de este comentario he platicado con varias personas que me confirman, pueden poner su mente en blanco. “No piensas en nada, sólo existes. Es como quedarte viendo fijamente una pared blanca” – me dicen. Lo extraño es que si yo me imagino una pared blanca, no puedo sólo imaginarme viéndola. Invento historias alrededor de la pared, e incluso no puedo quedarme quieta y dibujo en ella. Yo acabo de bautizar a este síndrome como “Hiperactividad Mental”. Soy un ente flojo físicamente, pero muy activo de pensamiento.

En fin. El veredicto de Doña J para mis males fue: masaje y acupuntura. El masaje para los dolores del cuerpo y la acupuntura para los males del alma.

Primero el masaje. Doña J descubrió que tengo tantos nudos en la espalda como el macramé de mi abuela. E intentó deshacerlos con un masaje profundo. Me amasó la espalda y cuello durante casi media hora, que a mí me supieron a gloria.

Después, la acupuntura. “Tres agujas para el hígado, para que dejes de ser tan enojona y el resto para disminuir la ansiedad” – me dijo. Me repartió los piquetes por todo el cuerpo: en las manos, pies, cabeza y ojo (no se asusten, me refiero al tercer ojo, el de la frente). La sensación que provocan las agujas (aparte de que los piquetes sí duelen) es como de corriente eléctrica pasando por todo el cuerpo. Me dejó con las agujas otra media hora y después me las retiró.

¿Cómo te sientes? – me preguntó Doña J

Tranquila. Pero aún me duele el pecho. Justo sobre el esternón. – le dije

Doña J me pidió que me recostara de nuevo. Hizo sonar una campanita encima de todo mi cuerpo y me dijo que mi energía era extraña. “¿Te has peleado con alguien últimamente? Porque pareciera que tu energía dice que hay alguien quiere hacerte daño”. “No que yo recuerde” – le respondí. “Discutí con mi hermano pequeño, pero no creo que quiera hacerme algo malo”. Doña J no dijo nada y me tocó el pecho para sentir “el mal” y después me dijo “Te duele el esternón porque tienes muchos sentimientos guardados. Vamos a tener que moxarte”.

¿Moxarme? Suena como a grosería. "¿Y qué es eso de moxar”- le pregunté. “Es una técnica que utiliza los mismos puntos de acupuntura. Se calienta el punto a tratar con moxa, que es como un habano hecho de una hierba llamada Artemisa. Se siente como una quemadura de cigarro, pero no te voy a quemar. Ayuda a que fluya la energía”.

Nunca antes me quemé con un cigarro, así es que no me asusté demasiado. Y en verdad Doña J no me quemó. Sólo sentía muy caliente, y en ese momento, ella retiraba el “habano de moxa”. Y después de “moxarme” el esternón, quedé lista para ir a mi casa. ¿Siguiente cita? Dentro de una semana.

Lo cierto es que no volví. Al día siguiente, me sentí aún peor del dolor de pecho. En mi mundo racional, el calor de la “moxación” me ayudó a disminuir temporalmente el dolor. Al igual que hubieran hecho algunas compresas de agua caliente. Pero después se enfrío y el dolor volvió. Mi mente macabra aún no alcanza a comprender cómo guardar sentimientos podría causarme tal dolor. Y cómo hay alguien que quiera hacerme tanto daño, si yo no le he hecho mal a nadie.

Así es que como buena mujer de ciencia y fanática de la razón, al día siguiente fui al médico. El resultado de mi visita fue, a pesar de todo, positivo: 5 nuevas medicinas, 4 estudios especializados y un nuevo post (próximamente).

enero 18, 2010

Hokus Pokus - Primer encuentro

Se nos hizo temprano. Pasé por Lou, mi marido, a su oficina a las 5:30 y a las 6:15 ya estábamos ahí.


Nos paramos en un callejón oscuro, casi a un lado de la calle cerrada donde se encontraba la casa. Lou se bajó a “echarme aguas” (no me caracterizo por ser muy ducha al volante). Y con eso de que la calle estaba tan apretada, tuve que estacionar el coche casi rayando el costado derecho con la pared.

El rumbo y el tipo de gente que pasaba por la calle me dieron un poco de miedo. Gracias a la paranoia con la que vivimos en esta ciudad, decidí que lo mejor era bajarnos del coche y adelantar nuestra visita. Total, Doña J seguro tenía un lugar donde pudiéramos esperar… a salvo.

Estaba oscureciendo cuando empezamos a caminar hacia la calle cerrada donde nos esperaba Doña J. Pasamos junto a una patrulla y los policías nos saludaron (extrañamente, no me sentí mejor. De hecho tuve un súbito impulso de caminar más rápido). Apreté la mano de mi marido fuertemente porque de pronto sentí escalofríos. ¿Quieres que nos vayamos? – Me preguntó Lou. “Ya estamos aquí. Mejor vamos y a ver qué pasa”.

Mi “asuntito” con Doña J se remonta al mes de Diciembre, porque desde entonces no me había sentido muy bien. Hace algunas semanas, mientras me tomaba unas merecidas vacaciones, sufrí un ataque de ansiedad. Empecé a experimentar una angustia intensa y sentir que la que pensaba no era yo. Al día siguiente, palpitaciones, dolor en el pecho, sentimiento de opresión que me impedía respirar a mis anchas. Y por la noche, se ponía peor. Mi marido decidió llevarme al doctor. Me revisaron e hicieron un electrocardiograma. El doctor dijo que mi corazón estaba bien. Todos los síntomas eran causados por mis nervios, por el estilo de vida que suelo llevar. Me recetaron tranquilizantes, pero no quise tomarlos. Y de pronto comencé a sentirme mejor. El problema fue que dos semanas más tarde, tuve un segundo episodio de ansiedad, de peor intensidad que el primero.

Cansada de tomar medicinas y más medicinas, decidí probar la medicina alternativa. Mi prima, Escritora Sexy, me recomendó a Doña J. Es una terapeuta invidente, que según dicen, hace maravillas con acupuntura y masajes.

Doña J me dio cita para el jueves a las 19:30 hrs. Y ahí estábamos Lou y yo, tocando a su puerta con más de una hora de anticipación. Yo, con un poco de miedo. Lou, cuidándome y acompañándome como siempre.

Tocamos el timbre. Doña J nos recibió y nos hizo pasar a su sala. Tendríamos que esperar hasta la hora de mi cita porque tenía otros pacientes.

En la sala, estaba sentado un señor de unos 50 años que hablaba por celular sobre muestras y materiales de laboratorio. Al otro sillón, el clásico “Love Seat” (entendí porqué lo llamaban así hasta que compré mi sala) le faltaba un cojín. Así es que Lou y yo, nos sentamos como pudimos en el asiento que quedaba entero. Junto a nosotros había un refrigerador, una televisión antiquísima (casi, casi de bulbos) colocada junto a una pantalla de plasma de mucho mayor tamaño y un aparato multifuncional para hacer ejercicio, de esos que venden por televisión. En la mesita del centro había una escultura de tortuga, con una concha que asemejaba una máscara decorada con pedrería de fantasía.

El señor del celular colgó de pronto y comenzó a trabajar en su lap-top. Puso música tristísima que sumada a la luz blanca y escasa de los focos, contribuyó a mi estado emocional triste-preocupado.

Frente a nosotros había una puerta con labrados rojos de madera: dos patos y una luna. ¿A dónde llevará esa puerta? ¿En qué lío me metí? – Pensé de pronto. ¿Y si algo malo nos pasa? ¿Si nos asaltan saliendo de aquí? Para aumentar mi preocupación, Lou, que siempre utiliza jeans y playera para ir a trabajar, ese día iba vestido de traje y corbata, bien peinado, guapísimo. “No, pues ni cómo ayudarme. Nadie me va a creer que somos pobres y no tenemos nada que dar”.

Mientras apretaba cada vez más fuerte la mano de Lou me preguntaba a mi misma: “¿Será buena opción la terapia alternativa? ¿Y si mejor salimos corriendo? De pronto, se abrió la puerta principal y entró Doña J. Usaba lentes oscuros y a pesar de su ceguera, se movía en la casa como pez en el agua. Como si su tercer ojo tuviera mejor vista que los de Lou y los míos juntos.

“Pásense por acá. Ya los atiendo” – dijo Doña J.
Lou y yo nos levantamos y tomados de la mano, la seguimos.

Doña J abrió la puerta de un cuartito y nos invitó a pasar. Aún tomada de la mando de mi marido y con el corazón un poco acelerado, cerré los ojos y entré...

Continuará…

enero 12, 2010

Un año diferente

Diciembre es mi mes favorito. La Navidad y el Año Nuevo son el pretexto perfecto para ver a mi hermosa familia extendida una y otra vez, para intercambiar regalos, para reunirme con personas que hacía mucho tiempo no veía. También son el pretexto perfecto para comer como troglodita un sinfín de platillos estacionales exquisitos y después “empezar bien” el siguiente año poniéndome a dieta.

El pasado mes de Diciembre, tuve una Navidad y Año Nuevo diferentes. Normalmente, suelo quedarme en México en ambas fechas, realizando el acostumbrado viaje relámpago a USA entre el 25 y el 30 de diciembre.

Este año, mi primer año de casada, pasé Navidad en San Luis Potosí con la familia de mi marido. Y después viajamos juntos a USA para pasar Año Nuevo con mi familia. Ésta fue la primera vez que mis papás, hermanos y yo no estamos en México para Año Nuevo, compartiendo como siempre con mis primos, sobrinos, tíos y anexos.

Y ya que los planes no eran los mismos de cada año, decidimos hacer las cosas aún más diferentes. En vez de la clásica cena donde todos nos arreglamos, hicimos la Pijamada de Año Nuevo.

Despedimos el 2009 y recibimos al 2010 calientitos, en pijama, frente a la chimenea. No comimos 12 uvas, una con cada campanada, porque en USA no existe la clásica transmisión donde los artistas famosos participan en la cuenta regresiva de las campanadas: 10, 9, 8… ¡feliz año nuevo!

Nos dimos un abrazo menos efusivo de lo normal. Nos acostamos temprano. Después de todo, no había escoba y las maletas estaban tan llenas y pesadas que salir al bosque a dar la vuelta corriendo, con el frío que hacía afuera, no sonaba ni siquiera un poco tentador.

Internamente, me resistía un poco a este cambio. Pero después pensé que experimentar algo nuevo sería positivo. Ya sea para descubrir que los nuevos planes también son divertidos o para valorar las tradiciones de toda la vida.

Y sí. Extrañé a mi familia extendida, su alegría, sus abrazos, las voces hablando al unísono, los tantos buenos deseos que nos expresamos.

Y también descubrí que si quieres tener un año diferente, tienes que hacer cosas diferentes. Este año, empezamos con un nuevo plan. Es un buen paso para cambiar la suerte. Y ahora sólo esperemos que el 2010, más que ser un año de cambio, sea un año de evolución en todos los sentidos para todos y cada uno de nosotros.

Les deseo que tengan un buen año, lleno de sorpresas agradables, metas cumplidas y sueños alcanzados. Que el 2010 represente una evolución en sus vidas. Sea lo que sea que eso signifique para cada quién.

enero 05, 2010

Mucho ruido y pocas nueces

Hace poco, en mi madrugadora travesía al trabajo, me encontré con una interminable fila de coches intentando incorporarse a los carriles laterales del periférico. Así es que en medio de mi aburrimiento y la frustración de encontrarme atrapada entre microbuses, combis, peatones y conductores histéricos (como yo), me pues a reflexionar sobre el tráfico en la Ciudad más grande del mundo.

El tráfico en el Distrito Federal y zona metropolitana es cosa de la vida diaria desde hace varios ayeres. Incluso, la extraña ocasión en que no hay tráfico, siempre creo que algo malo sucedió (paradójicamente, pienso lo mismo cuando hay demasiado tráfico). Y lo más frustrante es cuando tengo que esperar horas avanzando a velocidad caracol, sólo para descubrir que el tráfico, las filas y la contaminación auditiva causada por los miles de cláxones tocando al unísono, no tenían razón de ser. Como siempre, ¡mucho ruido y pocas nueces!

Total, que para disminuir el tráfico y con el fin de generar empleos en época de crisis, nuestros gobernantes decidieron construir el segundo piso de periférico Norte. Para los que quizás no lo saben, el Periférico es la vía principal en la zona metropolitana de la Ciudad de México, es un anillo que en un principio rodeaba la ciudad y que debido al desmesurado crecimiento urbano, cada vez nos ha ido quedando más chico. Por ejemplo, recorrer la fabulosa cantidad de 7 kilómetros, que es la distancia de mi casa al lugar donde actualmente trabajo, me lleva entre 30 y 40 minutos dependiendo de los caprichos del tráfico (equivalente a recorrer 100 metros por minuto, lo cual haría mucho más rápido caminando. La única inconveniencia, serían los tacones)

Al ya acostumbrado caos vial, hay que sumarle el desbarajuste provocado por la construcción del segundo piso, ya sea debido al estrechamiento de los carriles o peor aún, por el bloqueo* de entradas de los carriles laterales a los centrales.

Todos creíamos (en verdad teníamos la esperanza) que al terminar la dichosa obra, la situación vial mejoraría. ¡Pero no fue así! Ahora, el tráfico disminuyó en las rectas, pero se ha incrementado en los puntos en los que el segundo piso conecta con otras vías. ¿A poco no tenemos una planeación urbana maravillosa

Y justo cuando el estrés causado por las interminables colas de vehículos parados nos lleva al borde del colapso nervioso y creemos que la cosa ya no podría estar peor, se manifiesta en todo su esplendor el “quinto elemento” de la locura vial: nuestros no-muy-queridos-ni-bien-ponderados conductores de microbuses y combis. Quienes por su increíble potencial como protagonistas, serán tema de otro post.

*Las razones de los bloqueos son variadas: desde las máquinas que utilizaban para construir, malas decisiones de los policías, hasta el olvido de los ingenieros, quienes por las noches, cerraban los carriles centrales por seguridad, y en ocasiones, por la mañana, olvidaban abrirlos nuevamente