julio 16, 2011

No estaba muerta y menos de parranda

¿Qué dijeron? “A Johanna seguro se le alargó la fiesta y olvidó cómo volver a casa”... Pues ¡no es cierto! Casi un año después de mi último post, heme aquí.

Regreso con dos noticias: una buena y una mala. ¿Cuál quieren primero?

Mmm… Siempre la mala primero para cerrar con broche de oro. Ok. La mala noticia es que escribo mejor cuando estoy triste. La buena noticia es que no había estado tan triste como para estar realmente inspirada.

Además de las cantidades bastantes y suficientes de chamba que había tenido, me la había pasado muy entretenida haciendo planes. Y según yo, actuando con anticipación para que en cuanto llegara el momento, Lou y yo estuviéramos más puestos que un calcetín.

Desde el año pasado, mi hobby número uno era planear cómo agrandar mi familia. Sí. Cómo tener un bebé.

Pensé que iba a ser pan comido. Pues sí, ¿no? Hombre + Mujer + Mucho Amor = Bebé. Resultó ser una ecuación demasiado lineal para algo tan complejo como crear una vida.

Primeros 5 intentos: fallidos. Bueno, a lo mejor fue una pequeña falla en el sistema. Vamos con la doctora. Como es mujer y entiende que soy intensa y que mi paciencia es nula, me mandó a hacer algunos estudios. Y pues resulta que me faltaban hormonas. “Pero eso se soluciona fácil” – Me dijo ella. Tómate estas pastillas y listo. Si no funciona, en 3 meses me vienes a ver.

Ok. Hombre, check. Mujer, check. Mucho amor, super check. Pastillas, check. Intentos del 1 al 3 con pastillas: Fallidos. Vamos de vuelta con la doctora. Me pone cara de preocupación y anota un nombre y un teléfono en un papel. “Vete con el especialista en fertilidad. Seguro él te ayuda mejor que yo y en los próximos meses te embarazas”.

El especialista en fertilidad me manda pastillas para iniciar, pero no funcionan. Me hace ultrasonidos cada 3 días para ver cómo van los óvulos. Creo que veo más la pantalla de los ultrasonidos que la TV en mi casa. Tengo tantas ganas de tener un bebé, que aceptó hacer algo que había jurado no: dejarme poner una inyección. Me manda tantas inyecciones que estoy segura que un día cuando tome agua, se me va a salir por las pompas.

Mi familia y amigos cercanos conocen nuestra situación y nos dan muchas muestras de cariño. Lou y yo descubrimos que todo mundo tiene una tía cuarentona que no se podía embarazar y que gracias a: [el doctor militar, el chochero, el homeópata, el que lee el iris, el especialista en reproducción más buscado de México, etc.] lograron embarazarse. Todos nos recomiendan a los médicos maravilla que les hicieron el milagro a las tías. Lou y yo sabemos que es otra de las maneras en que la gente nos dice, sin decirlo, cuánto nos quiere y que de alguna forma nos acompaña en nuestra travesía que se ha convertido en un verdadero viacrucis.

Aún cuando estamos rodeados de gente amorosa con buenas intenciones, es difícil escucharlos decir “te entiendo”, “lo que pasa es que te estresas demasiado”, “las cosas pasan por algo”, “cuando sea el momento llegará”. Aunque lo hayan vivido, nadie sabe cómo cada 28 días, se quiebra algo dentro de mí, de nosotros.

Primeros dos intentos con medicina especial para infertilidad: fallidos. Saldo de la cuenta de ahorro: números rojos. Lloro todo el domingo, encerrada en el baño. Me siento en el suelo sin fuerzas para nada más. Me pregunto si hice algo mal, si le debo algo a la vida, si estoy pagando algún karma pasado o incluso por adelantado.

 
Lo único bueno es que mi marido es mi refugio. En los brazos de Lou siento que todo va a estar bien de nuevo. Después de cada intento fallido, que lastima como el más grande de los fracasos, siempre puedo acurrucarme en él y llorar hasta cansarme. Y al día siguiente, por lo regular recupero los ánimos y las ganas de seguir luchando. De seguir insistiendo como dice Rudyard Kipling.

Hoy no estoy embarazada. Mi acuerdo con Lou era dejar el tema por la paz los próximos 5 meses. Terminar este año tranquilos, sin presionarnos. Pero algo adentro de mí se muere un poquito con esa decisión. Voy a visitar otro médico para que me dé una segunda opinión. A lo mejor me receta medicina que no haga temblar a mi tarjeta de crédito. O me da algún tratamiento fácil de seguir, sin tantas hormonas, inyecciones y visitas al hospital.

Le pido mucho a mis abuelos. “Please abuelos, mándenme un bebé”. Era mi deseo de cumpleaños de este año. Pero me voy a quedar sólo con mis botas rojas de bombero y mi litro de leche bronca. Voy a hacer natas. Y me las voy a comer todas yo solita.

El próximo mes, ya será otra historia. A lo mejor por ser mi mes post-cumpleaños la vida empieza a sonreírme de nuevo. Todo puede suceder. Hoy soy más escéptica que nunca, y aunque la razón se pelea a grito pelado con la fe, muy en el fondo de mi corazón, aún creo, aún espero.