Hace algunos días, platicaba con mi amiga “La Diosa Griega de la Sabiduría” (Para efectos de este blog, Sabiduría de ahora en adelante). Comentábamos sobre asuntos laborales, y de pronto sentí como si temblara. Entonces, apareció la reacción clásica en mí: me quedé quieta, atenta. Volteé de inmediato a ver si algo se movía, y busqué señales de alerta en las personas que me rodeaban. Nada. Todos actuaban de forma normal. Sabiduría me preguntó entonces a qué se debía mi paranoia y decidí contarle sobre uno de mis más grandes miedos: los temblores.
Creo que todo empezó cuando era una niña y vi la película de Terremoto. Desde entonces, tengo un gran miedo a estar en los edificios altos. Porque estoy más que segura que Charlton Heston no estaría ahí para rescatarme, valiéndose de pantimedias y sillas de oficina.
Mi miedo no es algo común y corriente. No me dan miedo los temblores si estoy en casa, en la calle o en cualquier lugar de no más de 5 pisos de altura. El miedo, la paranoia y demás padecimientos psicológicos llegan a partir del piso 6.
El miedo se acentuó cuando hace algunos años, trabajé en el, hasta entonces, edificio más alto de México. Mi lugar de trabajo se encontraba en el piso 18 y cuando me asomé por la ventana y me di cuenta de la altura a la que me encontraba, quise (por mera precaución personal) tomar el tiempo que me tomaría llegar hasta la planta baja por las escaleras de emergencia. El resultado no fue alentador: 17 minutos con las escaleras vacías. Eso sí, con botas de tacones altos.
A partir de entonces, todos los días, llegaba 30 minutos más temprano y me dedicaba a practicar: bajaba las escaleras de emergencia lo más rápido que podía, con el fin de disminuir mi tiempo récord, que ya había llegado a los 12 minutos.
Tiempo después, me cambiaron de lugar. Ahora debía trabajar en el piso 20. Las cosas empeoraron cuando dos cosas sucedieron: Primero tomé un curso de primeros auxilios y los bomberos comentaron que sus escaleras podían llegar máximo hasta el piso 18. A partir de esa altura, era imposible llegar más arriba para rescatar personas en caso de un desastre.
El segundo evento fue cuando por una emergencia tuvimos que evacuar el edificio. Las escaleras de emergencia se llenaron de gente que venía bajando desde el piso 52 y que al llegar al piso 20, por supuesto, ya estaba histérica y apanicada. Entonces, tuve que aplicar todo lo contrario a lo que me enseñaron en los simulacros de la escuela: “corro, grito y empujo”. Finalmente logré salir del edificio en unos 15 minutos. No estuvo mal el tiempo considerando las hordas de gente bajando a la vez, pero esta situación me hizo considerar métodos alternativos para salir del edificio.
Investigando en Internet, me di cuenta que en USA vendían “parapentes de bolsillo”. A raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre, empezaron a vender estos artefactos para todos los paranoicos (como yo) que temían por sus vidas en las alturas de los edificios en los que vivían o laboraban. De esta manera, si una desgracia sucedía, yo podría quebrar un cristal y planear por las alturas de Reforma hasta llegar a un sitio seguro. Estaba a punto de pedir el mío, cuando me cambiaron el lugar de trabajo.
Hoy por hoy, trabajo en un primer piso y me siento segura. Mis paranoias están controladas por el momento, y aunque sigo alerta cuando siento que el piso vibra, aún no cometo la osadía de cargar un parapente junto a mi paraguas y mi cartera.
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PD:
Muchas de las personas que sabían de mi paranoia me decían: "¡El lugar donde trabajas es el edificio más seguro! Lo construyó uno de los mejores arquitectos y cuenta con tan alta tecnología que es imposible que se caiga".
A este comentario me gustaba responder: "El Titanic era el mejor barco del mundo. Las personas decían que era imposible que se hundiera, que ni siquiera Dios podría hundirlo... Y se hundió."
Si. Soy alegremente paranoica. Y también un poco obsesiva-compulsiva :D